CAMINEO.INFO -Valencia/ESPAÑA- En la Vigilia de la Inmaculada, comenté el texto de las bodas de Caná. Y algunos de los que asistieron me insistieron en que lo que había dicho allí lo pusiera por escrito. Quizá no vaya a decir exactamente lo mismo, pero sí que creo que en este tiempo de Adviento, proponer la persona de la Santísima Virgen María como modelo de quienes esperan al Señor es una gracia y una necesidad. Cuando estamos en el inicio del tercer milenio, en un momento crítico de la historia de nuestro mundo, donde los problemas y las necesidades de los hombres se multiplican, presentar a la Virgen María como la Madre que tiene un corazón que rebosa de amor, de ternura y de sensibilidad, que se nos manifiesta como una educadora que nos precede en el camino de la fe y nos indica cuál es el camino de la vida, es una gracia muy especial para todos nosotros.
La Virgen María nos convoca a todos nosotros a asistir a la fiesta que hay que celebrar en este mundo. Nuestro Señor viene para que los hombres hagamos una fiesta. Fiesta que no se puede realizar de cualquier modo. En ella tiene que estar presente Jesucristo para poder hacerla. Quizá, el drama más grande de esta humanidad es que a Él, a veces, se le elimina de esa fiesta. Entonces, no se puede realizar la fiesta o no sale de manera que todos los hombres puedan disfrutar de ese horizonte de paz y de amor que sólo Él instaura en los corazones. María es la primera en asistir a esta fiesta y la que está atenta a todas las personas y situaciones que hay en ella. Quiere que todos puedan vivirla y disfrutar de la fiesta. Se ha convertido en la primera misionera, en la que mejor nos dice y aclara cómo es posible celebrarla. Está atenta a nosotros, a todas las situaciones de los hombres. A esta fiesta acude su Hijo Jesucristo, que está presente en medio de todas las circunstancias de este mundo. Y en esta fiesta estamos los discípulos del Señor, invitados también. Pero es María la que nos convoca, la que presta atención a nuestras situaciones y la que nos advierte. Ella nos tiene mucho que decir.
Impresiona ver a la Virgen María dándose cuenta de la situación por la que atraviesa esta humanidad: no tiene lo necesario para realizar la fiesta. El Evangelio nos dice que faltaba vino. Nos falta lo necesario para hacer la fiesta. Entre otras cosas, no tenemos generosidad; abundan los egoísmos; el vivir para nosotros mismos; el disfrutar a costa de lo que sea, incluso de denigrar nuestra dignidad de personas creadas a imagen y semejanza de Dios. Nos falta el amor suficiente para donar totalmente la vida para que otros la tengan, para darnos por igual a todos los hombres y, muy especialmente, a quienes más lo necesitan. Nos faltan las esencias para construir la fraternidad. Nos consideramos más importantes que los demás. En nosotros perviven envidias, desórdenes diversos. Las diferencias, en vez de complementarnos, nos alejan cada día más unos de otros. El llenarnos de cosas nos endurece el corazón y nos cuesta compartir con los demás. Nos falta la presencia de Dios... Pues bien, éstas y otras muchas son las situaciones que nos impiden que hagamos ya en esta tierra la fiesta. Y la Virgen María se da cuenta de todas ellas. Por eso nos llama, como lo hizo en las bodas de Caná, a todos los que somos responsables de la fiesta. Y lo somos todos los hombres. Ella nos dice con toda claridad: “haced lo que Él os diga” (Jn 2, 5). Es decir escuchad a mi Hijo. Poned atención a su Palabra. Oíd y estad atentos a la Verdad.
Es impresionante ver lo que nos dice María, nuestra madre, cuando observa que la fiesta no se puede realizar. En una frase, se nos manifiesta como Madre, como educadora, como maestra, como la mujer que sabe el arreglo que tiene este mundo y dónde encontrar la salud para que todos los hombres puedan celebrar la fiesta: “Haced lo que Él os diga”. Esta pequeña expresión encierra un mensaje importante y válido para todos los hombres de todos los tiempos. Significa fundamentalmente esto: escuchad a Jesús, mi Hijo; actuad según su Palabra; confiad en Él; aprended a decir “sí” al Señor en cada circunstancia de vuestra vida. Tenemos necesidad y urgencia de escucharle.
En estas pocas palabras: “haced lo que Él os diga”, María expresa el secreto más profundo de su vida. Pues ¿qué son estas palabras, sino todo lo que Ella es, hace y vive? Su vida, de hecho, ha sido un “sí” profundo al Señor. Un “sí” lleno de gozo y de confianza absoluta en Dios. María, la “llena de gracia”, la Virgen Inmaculada, ha sabido vivir toda su existencia completamente disponible para Dios. Ha estado totalmente de acuerdo con la voluntad de Dios, incluso en los momentos más difíciles, que alcanzaron su punto culminante en el Monte Calvario, al pie de la Cruz. Nunca ha retirado su “sí”, porque había entregado toda su vida en manos de Dios: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38).
“Haced lo que Él os diga”. Esta breve frase contiene el programa de vida que María realizó como primera discípula del Señor. Es el programa de una vida que se apoya en un fundamento sólido que tiene como nombre Jesús. ¿Estaríamos dispuestos a apoyarnos en este programa? Sabemos que la fiesta solamente se puede realizar apoyados en Él. Con este convencimiento, como María, nos tenemos que hacer misioneros, es decir, dadores de una noticia que es importante para la vida y la construcción del presente y del futuro de esta humanidad. Hay que establecer la vida sobre fundamentos sólidos, capaces de resistir las adversidades. Hay que fundar la vida sobre roca. Creed en Dios y amad a Dios. La fe y el amor no se reducen a palabras o a sentimientos vagos. Creer en Dios y amar a Dios significa vivir toda la vida con coherencia, a la luz del Evangelio, significa comprometerse a hacer siempre lo que Jesús nos dice. Para ello, se necesita coraje, el que da escuchar al Señor y sólo a Él.
El mundo en el que vivimos atraviesa momentos de crisis. Quizá, la crisis más peligrosa que puede existir es el perder el sentido que tiene la vida. No decimos ninguna mentira si afirmamos que muchos de nuestros contemporáneos han perdido el verdadero sentido que tiene la vida y se refugian en sucedáneos que les hacen más difícil vivirla: el consumismo desenfrenado, la droga, el alcohol, la banalización del sexo. Es verdad que buscan la felicidad, la necesitan, pero el resultado es una profunda tristeza, que muy a menudo llega a la desesperación. ¿No sigue siendo en este momento urgente decir las mismas palabras que la Virgen María, “haced lo que Él os diga”? A los hombres y mujeres de nuestro tiempo, hay que seguir haciéndoles estas preguntas: ¿Cómo vivir mi vida de modo que no la arruine? ¿Sobre qué fundamentos construir mi vida para que sea verdaderamente bien lograda? ¿Cómo debo comportarme en situaciones complejas y difíciles como las que estamos viviendo en estos momentos en las que no hay trabajo, hay falta de pan para muchos, etc.?
Con gran afecto, os bendice
+ Carlos, Arzobispo de Valencia