CAMINEO.INFO -Valencia/ESPAÑA- Hace días, después de celebrar la Misa en una de nuestras parroquias, pensé en lo que te iba a decir en esta semana. En el encuentro que tuve con los cristianos, había de todas las edades. Y en la predicación dije algo tan importante y sencillo como esto: ¡Cristo ha resucitado! Lo he dicho muchas veces, sí. Pero es verdad que Nuestro Señor tiene dispuestos los corazones para el momento de gracia que El quiere entregar a personas concretas. Cuando al terminar la Misa me despedía, se acercó un joven de unos veinte años, que me dijo estas palabras: “lo que ha dicho con tanta fuerza, ¡Cristo ha resucitado!, ha tenido en mí un eco nuevo hoy, me ha cambiado totalmente por dentro, he experimentado una cercanía del Señor transformadora. Esta realidad ha cambiado todo”. Y es verdad, con la Resurrección de Jesucristo ha entrado una absoluta novedad. Eso mismo te digo a ti hoy: no renuncies a la identidad que la Resurrección te ha dado. Tampoco dejes de ser protagonista de la esperanza que, desde esa identidad, tienes que entregar y a la que hay que dar rostro.
¿Cómo mantener la identidad y regalar la esperanza? Una frase del Papa Juan Pablo II nos lo dice: “lo que el mundo necesita no son personas buenas sino personas santas”. Aquí está tu identidad y tu modo de ser testigo de esperanza. Es santo quien vive y entra en comunión con quien es Santo, Dios mismo. Es santo quien vive de la fuerza del Resucitado. Sabes muy bien que la distinción entre malo y bueno se da en el plano humano. Pero esto a ti, para mantener la identidad y regalar esperanza, no te basta. Tú tienes que distinguir entre bueno y santo. Y, si te fijas, el bueno y el santo se hacen y constituyen en dos planos diferentes: el conquistado por el hombre mismo y el regalado por Dios que se nos ha manifestado en Cristo. Para ser santo tienes que entrar en la dinámica de la gracia y de la resurrección y cambiar por tanto de perspectiva. Te invito, pues, a cambiar la perspectiva y a entrar en el dinamismo que viene de Dios mismo. Escucha para interpretar la vida de un modo nuevo:
“Al levantar Jesús los ojos y ver que venía hacia él mucha gente, dice a Felipe: ‘¿Dónde vamos a comprar panes para que coman éstos?’ Se lo decía para probarle, porque él sabía lo que iba a hacer. Felipe le contestó: doscientos denarios de pan no bastan para que cada uno tome un poco. Le dice uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro: ‘Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero ¿qué es eso para tantos?’ Dijo Jesús: haced que se recueste la gente… Se recostaron, pues, los hombres en número de cinco mil. Tomó entonces Jesús los panes, y después de dar gracias, los repartió entre los que estaban recostados y lo mismo los peces, y les dio todo lo que quisieron. Cuando se saciaron, dice a sus discípulos: Recoged los trozos sobrantes para que nada se pierda” (Jn 6, 5-12).
¡Cómo se describe tu vida en esta Palabra del Señor! Quizá eres de la misma edad que aquel muchacho en el que fija su mirada Jesús y a quien le pide lo que es y tiene. Aquel joven comienza a tener identidad y esperanza, precisamente, cuando pone lo que es y tiene en manos de Jesús, que se fija en él y cuenta con él para cambiar todo lo que existe, como ha contado contigo. Y tú, ¿estás dispuesto a poner tu vida en sus manos?
Comienza a tener un encuentro con Él a través de los sacramentos, que es cómo Él quiere encontrarse con nosotros, ante una realidad de unos hombres y mujeres con “hambre”. Y a esta palabra le das el contenido que quieras: hambre de Dios, de pan, de verdad, de justicia, de libertad, de felicidad, de aceptarse a sí mismo…, etc. Ante esta realidad que hoy seguimos viviendo en el mundo, solamente existe una respuesta: Jesucristo. Y debes de encontrarte con Él para saber de Él. Y el Señor se acerca a ti hoy y te dice, “dame lo que eres y lo que tienes, ponlo en mis manos, pon tu vida en mí”. Además, lo hace de la misma manera que pidió a aquel muchacho los cinco panes y los dos peces que, en definitiva, era lo que tenía. Y así, la vida de aquel muchacho, como la tuya, puesta en manos de Jesucristo, es capaz de cambiar el rostro tuyo y de todos los hombres que encuentres desfigurados por el egoísmo, la ruptura, la insolidaridad y por toda clase de pecado, y de tomar nuevo rostro, el de Cristo. Y así, también, es capaz de saciar, como lo hizo con toda aquella gente, a todos los hombres, y aun quedar suficiente para seguir regalando el alimento que da rostro verdadero al hombre, que no es otro que el de Jesucristo.
Se crea futuro partiendo de las mismas raíces que hicieron a hombres y mujeres tener un corazón tan grande, que les hizo ser capaces de olvidarse de sí mismos para mirar solamente a los demás en toda su realidad. Quiero decirte con esto muchas cosas. Pero quizá, me baste la referencia a una inscripción que hay en una lápida paleocristiana encontrada a finales del siglo III, año 280 (además de la inscripción, en la lápida hay una cruz, dos estrellas, una luna y dos signos solares). En la inscripción puede leerse así: “Decus egit Christus Deus”, es decir, “Cristo Dios, autor de todo lo bello”. Me basta esto para decirte: ¡qué bello es lo que Jesucristo quiere hacer en ti y a través de ti en todos los hombres! Bello es que el Señor te levanta a las más nobles aspiraciones; que te hace capaz de dar la vida ayudando y salvando; que te acerca a todo hombre porque vives en comunión con Dios; que te hace contemplar la manifestación de Dios en todas las cosas; que te hace descubrir el encanto de vivir y de ayudar siempre a los demás, de buscar la verdad y todo lo que es bueno, de crear siempre paz, gozo y alegría, de poseer un corazón grande y sensible, limpio y generoso. Y lo más bello de todo es que solamente Jesucristo te hace hijo de Dios y hermano de todos los hombres. No renuncies a tu identidad, ni a ser testigo de esperanza en esta historia.
Con gran afecto, te bendice
+ Carlos, Arzobispo de Valencia