CAMINEO.INFO -Valencia/ESPAÑA- Cuando en nuestra Archidiócesis de Valencia nos disponemos a recibir la Cruz de las Jornadas Mundiales de la Juventud, necesariamente viene a la memoria quien inició estas Jornadas hace veinticinco años. Gracias, Juan Pablo II, por esta iniciativa que comenzó a vivirse en la Iglesia en la década de los ochenta, cuando muchos eran los jóvenes que esperaban y tenían un anhelo profundo de que alguien les hablase con fuerza y convencimiento de Nuestro Señor Jesucristo.
Las Jornadas han supuesto para muchos jóvenes del mundo una historia prodigiosa de encuentros con Jesucristo, decisivos, incluso, en sus vidas. Hoy sigue siendo fundamental esa misma propuesta de Jesucristo, que llega con la misma energía con que se hizo por primera vez.
Esto lo ha experimentado el Papa Benedicto XVI que, con fuerza y convencimiento, ha recogido aquella iniciativa. El Santo Padre es consciente de la necesidad que tiene el ser humano siempre, pero muy especialmente en estos momentos, de que Jesucristo vuelva a estar en el centro de sus vidas. Lo valora de una manera especial para las jóvenes generaciones que tienen que construir un futuro no sostenido en pies de barro. Por ello, desde los primeros momentos de su Pontificado, ya en el año 2005 en Colonia, recogió aquella iniciativa que su predecesor había dejado, para hablar a los jóvenes de lo que supone en la vida acoger a Jesucristo. ¡Qué fuerza tuvieron sus palabras en Colonia! “Los santos…son verdaderos reformadores. Ahora quisiera expresarlo de manera más profunda aún: sólo los santos, sólo de Dios, proviene la verdadera revolución, el cambio decisivo del mundo” (Colonia 20-VIII-2005).
Gracias, Juan Pablo II, por aquella aceptación que el 16 de octubre de 1978 hiciste sin mirar para ti mismo. ¡Qué fuerza y qué belleza tienen tus palabras de aceptación de la misión! Porque eras muy consciente de la gravedad de los tiempos en los que vivíamos. Sabías muy bien de la responsabilidad que asumías, por Cristo, por la Virgen María a quien tanto amabas, y por respeto a la Constitución Apostólica de Pablo VI, que invita a quien es elegido Sucesor de Pedro a no rechazar la carga a la cual eras llamado. Gracias. El camino que recorriste no fue fácil. Estuvo lleno de tremendas presiones, pero tú introdujiste a la Iglesia en el tercer milenio de la era cristiana. ¡Qué intensidad tuvo tu vida! ¡Qué convicciones más profundas nos hiciste vivir! ¡Qué preocupación por la persona humana completa! ¡Qué ocupación más exquisita para que el ser humano permanezca unido a Dios y descubra que solamente en esta unidad llega a ser lo que por designio del Creador tiene que ser! ¡Qué empeño tuviste por quitar los miedos a los hombres y por situarles en la perspectiva de la esperanza!
Juan Pablo II, déjame decirte, con el cariño de quien te agradece que me eligieses para Obispo, la grandeza que tenía tu corazón, expresada en la decisión de ir al encuentro de los hombres, de salir al paso de los problemas de la Iglesia, incluso allí donde realmente se producían. ¡Qué líneas maestras tuviste en tu pontificado! Además del hombre, cómo fuiste en dirección de la verdad, de la justicia, de la vida. Y todo ello desde la honda dimensión de la fe en Cristo. Con una profunda espiritualidad y con una versión de la moral de una claridad meridiana. Tengo necesariamente que recordar a este respecto las palabras, llenas de fuerza, que dijiste a los jóvenes en Santiago de Compostela en el año 1989 y que los jóvenes te entendieron maravillosamente. Hoy, cuando nos preparamos para celebrar la próxima Jornada Mundial de la Juventud, creo que merece la pena recordar tus palabras por su actualidad: “Un gran sector de la sociedad no acepta las enseñanzas de Cristo y, en consecuencia, toma otros derroteros: el hedonismo, el divorcio, el aborto, el control de la natalidad, los medios contraconceptivos. Estas formas de entender la vida están en claro contraste con la Ley de Dios y las enseñanzas de la Iglesia. Seguir fielmente a Cristo quiere decir poner en práctica el mensaje evangélico, que implica también la castidad, la defensa de la vida, así como la indisolubilidad del vínculo matrimonial, que no es un mero contrato que se pueda romper arbitrariamente” (Jornada Mundial de la Juventud, Santiago de Compostela 1989).
¡Qué esperanza nos diste cuando comenzaba el tercer milenio! ¡Qué palabras salían de tu corazón, Juan Pablo II!: “Se abre para la Iglesia una nueva etapa de su camino, resuenan en nuestro corazón las palabras con las que un día Jesús, después de haber hablado a la muchedumbre desde la barca de Simón, invitó al Apóstol a remar mar adentro para pescar” (NMI 1). Gracias, Juan Pablo II, por el realismo, la alegría y la esperaza que nos has transmitido, siempre con una condición indispensable, que contemplemos el rostro del Señor. ¡Qué fuerza da saber que el cristianismo es la religión que ha entrado en la historia! Y es que es, precisamente, sobre el terreno de la historia donde Dios ha querido establecer una alianza y preparar el nacimiento de Jesucristo del seno de María “en la plenitud de los tiempos” (Gal 4, 4).
Gracias, Juan Pablo II, por decirnos tantas veces y con tanta claridad que excluir a Cristo de la historia del hombre es un acto contra el hombre, ya que Cristo nos llama a una plenitud de vida. Gracias por tu preocupación social: por el mundo del trabajo, por el desarrollo, para que conozcamos la Doctrina Social. Gracias porque nos has enseñado a tener en el corazón un lugar especial para los pobres, los enfermos, los que sufren, los niños, de quienes tú decías que su oración y su amor y su inocencia y su sencillez son muy gratas a Dios. ¡Qué fuerza ha tenido tu predicación sobre la actualidad y la necesidad del sacramento de la Penitencia y qué bien te han entendido los jóvenes! ¡Qué valiente has sido para llamar a los jóvenes al ministerio sacerdotal! Gracias por tus catorce encíclicas. Gracias, en fin, por todo lo que has ensalzado a María, nuestra Madre, su especial presencia en el misterio de Cristo y de la Iglesia. Gracias por ser testigo valiente de Jesucristo. Permíteme decirte que confío a todos los jóvenes de Valencia a ti. Intercede por ellos.
Con gran afecto, os bendice
+ Carlos, Arzobispo de Valencia