CAMINEO.INFO -Valencia/ESPAÑA- ¡Qué fuerza tiene para la Iglesia Diocesana todo lo que estamos realizando con la presentación del “Itinerario de Renovación”! ¡Qué fuerza tiene que lo estemos iniciando en este curso porque hemos escuchado el grito de los hombres: “Queremos ver a Jesús”! En nuestra Iglesia Diocesana, deseamos hacer lo mismo que, en esta Jornada Mundial de las misiones, el Papa Benedicto XVI quiere hacer sentir y vivir a toda la Iglesia: la ocasión de renovar el compromiso maravilloso del Evangelio y de dar a todas nuestras actividades pastorales, por muy pequeñas que sean, el aliento y la dimensión misionera que cada una de ellas tienen que tener.
Cuando avanzamos por el tercer milenio, la Iglesia siente con una renovada intensidad el mandato misionero de Cristo. Es un mandato que se hace más actual que nunca. La crisis que vive nuestro mundo y que tiene múltiples manifestaciones es una crisis espiritual, es crisis de experiencia de Dios y por ello de experiencia de los demás como hermanos. Lo material nos conduce al egoísmo; la vivencia de la espiritualidad, la propagación de la fe nos acerca al prójimo. ¿Quién puede hacer posible que desaparezca la crisis? Solamente el que vive la experiencia del encuentro con Jesucristo, que le lleva al encuentro generoso, solidario, con los demás. Lo más hondo de cada ser humano está marcado por esta afirmación: “queremos ver a Jesús”. Todos queremos encontrar sentido a nuestra vida, todos queremos ver el triunfo del amor.
Tenemos siempre que comenzar desde Cristo, contemplado en la oración –con la constancia y permanencia de la parábola de la viuda y el juez–, para que la luz de su verdad se irradie a todos los hombres, ante todo con el testimonio de la santidad. El Papa Juan Pablo II, nos decía: “en primer lugar, no dudo en decir que la perspectiva en la que debe situarse el camino pastoral es el de la santidad” (NMI 30). ¡Qué oportuno es recordar aquella regla de san Benito, cuando exhortaba a los monjes a “no anteponer nada al amor de Cristo” (cap. 4).
“Queremos ver a Jesús” (Jn 12, 21), es la petición que presentan al Apóstol Felipe algunos griegos que habían llegado a Jerusalén para la peregrinación pascual. Y sigue siendo la petición que los hombres y mujeres de nuestro tiempo nos siguen haciendo a todos los cristianos, aunque a veces de forma silenciosa y expectante. Nos están pidiendo con una urgencia especial que no sólo les hablemos de Jesús, sino que vivamos de tal manera que les hagamos ver a Jesús. Por ello, nuestra pasión por Cristo nos lleva a predicar el Evangelio, no exclusivamente con la palabra, sino también, necesariamente, con la vida misma, que se conforma cada vez más y más con su Señor.
El mandato misionero no se puede hacer más que bajo el signo de la santidad. Y esta opción está llena de consecuencias. Entre otras, significa expresar la convicción de que si hemos entrado por el Bautismo en la santidad de Dios por medio de la inserción en Jesucristo y la inhabitación de su Espíritu, sería un contrasentido contentarnos con una vida mediocre. El mandato misionero nos está invitando a una profunda y sincera conversión personal, comunitaria y pastoral. Nos está llamando a asumir un cristianismo que se distinga ante todo en el arte de la oración, y a hacer de la Iglesia “la casa y la escuela de la comunión” (NMI 43).
¡Qué belleza tiene ver cómo la comunión eclesial nace del encuentro con Jesucristo, que precisamente en el anuncio que hace la Iglesia de Él, alcanza el corazón de los hombres y crea comunión! Descubramos y hagamos ver y vivir cómo Cristo establece una nueva relación entre el hombre y Dios. ¿No es la revelación más hermosa para los hombres aquella que nos dice el Apóstol san Juan: “Él mismo nos revela que Dios es amor y que al mismo tiempo nos enseña que la ley fundamental de la perfección humana, y por ello de la transformación del mundo, es el mandato nuevo del amor. Así pues, a los que creen en la caridad divina les da la certeza de que el camino del amor está abierto a todos los hombres y que no es inútil el esfuerzo de establecer la fraternidad universal” (GS 38)?
Oremos en este día del DOMUND para que el Evangelio llegue a todos los hombres y mujeres de la tierra. Recemos para estar prestos a escuchar en todo momento y circunstancia la petición salvadora: “queremos ver a Jesús”. Que no falten las oraciones por los misioneros de todo el mundo y muy particularmente por los que han partido desde nuestra diócesis valenciana. Cada Iglesia particular es corresponsable de la evangelización de toda la humanidad. Que nunca falte nuestro apoyo espiritual y material a cuantos trabajan en las fronteras de la misión: sacerdotes, miembros de la vida consagrada y laicos. Cada uno de nosotros, con nuestra oración, tiempo, generosidad y vida consecuente ayuda, en este tercer milenio, a hacer visible a Jesús.
Con gran afecto, os bendice
+ Carlos, Arzobispo de Valencia