CAMINEO.INFO.-
Parecería acaso más propio de un
obispo de la Iglesia Católica que se limitase a afirmar que el problema no está
en la tecnología, sino en el uso que se haga de ella. Sin embargo, me resisto a
quedarme en ese posicionamiento neutro porque hoy en día tenemos datos
suficientes para afirmar que una buena parte de las aplicaciones informáticas
han sido diseñadas intencionalmente con el objetivo de atrapar a sus usuarios. Y,
por ello, pienso que, en conciencia, tenemos el deber de unirnos a las
iniciativas sociales (#AdolescenciaLibreDeMoviles) que se han posicionado abiertamente
contra la práctica generalizada de regalar móviles a los niños y adolescentes
de forma indiscriminada.
Si somos mínimamente honestos,
tendremos que empezar por reconocer que, más allá de los indudables beneficios,
las nuevas tecnologías de la comunicación han generado en quienes somos adultos
no pocos efectos nocivos. El reto es general y no simplemente generacional.
Escuché decir a un hombre de Dios ya fallecido: “Las nuevas tecnologías son un
buen siervo, pero un malísimo señor”.
Ahora bien, si los adultos tenemos
problemas en la gestión equilibrada de redes sociales y otras aplicaciones
informáticas, ¿qué no estará ocurriendo en los niños y adolescentes que se
encuentran en una etapa tan especialmente vulnerable? Los datos ‘cantan’: Desde 2019 el fenómeno de
las autolesiones se ha incrementado en un 592% (Datos fundación ANAR). El 20%
de los adolescentes se han autolesionado alguna vez y el 11,5% lo ha hecho con
frecuencia (ANAR). En los últimos 10 años se ha producido un 3543% de aumento
de pensamientos e intentos de suicidio (ANAR). La violencia filioparental ha
aumentado un 400% (Fuentes policiales). Podríamos seguir inundando este
artículo de datos alarmantes…
Sin embargo, a pesar de que vivimos
en medio de continuas alertas ante la emergencia de salud mental que se está
generando, nadie parece responder a la pregunta clave: ¿Quién tiene la
responsabilidad ante esta emergencia y de quién se debe esperar que tome las
medidas pertinentes? ¿Quién le pone el cascabel al gato?... La inacción de las autoridades me parece
trágica. Baste recordar el vergonzoso fiasco al que se redujo la promesa del Gobierno
de España, quien había anunciado para el inicio del curso escolar unas medidas
que impedirían el acceso de menores de edad a contenidos pornográficos,
violentos y negativos. Todo acabó en nada, quedando patente la falta de
voluntad de intervención.
A estas alturas nos debe quedar
claro que lo que no haga la propia familia, no lo va a hacer la autoridad
pública; y aunque pienso que estamos llegando tarde, es vital que, de forma
subsidiaria, la Iglesia se ofrezca a las familias para ayudar en la educación
digital. En nuestra Diócesis de Orihuela-Alicante nos disponemos a implementar en
nuestros colegios diocesanos un proyecto de responsabilidad digital, con el objetivo
de que las familias puedan apoyarse entre ellas, tomando decisiones
confluyentes, para concluir plasmándolas en un pacto familiar. Nos jugamos
muchísimo en el reto de cómo integrar el uso de la tecnología en la vida
familiar.
Sabemos que no es fácil sanar los
malos hábitos adquiridos en el uso de las tecnologías, y por ello deberíamos comenzar
por erradicar la entrega del móvil en edades tempranas. Por poner un ejemplo,
es un auténtico drama que los regalos de la primera comunión sean la puerta por
la que la pornografía se hace presente en la vida de los niños. Cada vez son
más los profesionales que aconsejan retrasar hasta los 16 años la compra de un
móvil a nuestros hijos.
Se aproximan fechas en las que la
propaganda consumista nos impulsa a realizar muchas compras sin el suficiente
discernimiento: El 29 de noviembre será el Black Friday; el 2 de diciembre el
Cyber Monday; y aunque -ingenuos de nosotros- pudiera parecer que las fiestas
de Navidad y de Reyes ponen el punto final, las rebajas de la cuesta de enero
se encargarán de sacarnos de este engaño, ya que la incitación al consumismo no
tiene fin.
Sería lamentable que nos
dejásemos arrastrar por esta vorágine optando por un regalo envenenado… ¡El móvil puede esperar!