Queridos hermanos y hermanas:
Me dirijo a vosotros para
ayudaros a vivir esta Semana Santa, que celebraremos de manera tan
distinta a otros años. Estamos en casa, sin poder salir, cumpliendo las
directrices de las autoridades sanitarias, colaborando así a detener la
pandemia que estamos sufriendo. Nos cuesta, pero lo hacemos por el bien
de todos.
En esta situación, oiremos a veces la expresión “este
año no hay Semana Santa”. No es así. Sí hay Semana Santa, aunque la
celebraremos de forma diferente: no habrá procesiones en las calles; las
celebraciones litúrgicas se realizarán sin presencia de fieles y, sin
embargo, “habrá Semana Santa”, porque los cristianos no podemos dejar de
hacer memoria de Jesucristo, muerto y resucitado por nosotros.
La
luna de primavera señala la fecha de la Pascua. Los judíos se reunían
para cantar la salida de la esclavitud de Egipto, sacrificando el
cordero y comiendo el pan ácimo. Jesús, el Señor, celebró la cena de
Pascua y como manso cordero fue crucificado, muerto, sepultado y
resucitó al tercer día. Desde ese momento, la Iglesia de todos los
tiempos se reúne “cada semana, en el día que llamó del Señor, conmemora
su resurrección, que una vez al año celebra también, junto con su santa
pasión en la máxima solemnidad de la Pascua” (Sacrosanctum Concilium,
102).
Celebramos la Pascua de manera solemne y recordamos, paso a
paso, los acontecimientos culminantes de nuestra redención, comenzando
por el domingo de Ramos, con la entrada de Jesús en Jerusalén, hasta el
domingo de su santa resurrección.
Dentro de esa Semana Santa
nuestra piedad se concentra en el Triduo Sacro, “punto culminante de
todo el año litúrgico”, que comienza el jueves santo por la tarde con la
conmemoración de la última cena. El viernes santo, la Iglesia contempla
la pasión y muerte de su Señor. El sábado santo, día de silencio,
permanece junto a su sepulcro. Y en la noche santa del sábado al
domingo, vela en oración para exultar de júbilo por la resurrección de
Cristo, “que muriendo destruyó nuestra muerte y resucitando restauró la
vida”. La Semana Santa no es sólo recuerdo. El Señor es el viviente,
está entre nosotros y actualiza su amor y su salvación.
Otros años
nos reunimos en las iglesias para celebrar solemnemente estos santos
misterios y salimos a las calles para contemplar los “pasos” del Señor y
de su Santa Madre, que nuestras hermandades muestran como una
catequesis llena de arte y belleza. Este año no podrá ser así. Soy
consciente de lo duro que resulta para todos los creyentes no poder
participar en esta liturgia y, especialmente, para los cofrades, no
poder vivir como en otras ocasiones lo que preparáis con tanta ilusión y
esfuerzo.
Sin embargo, hemos de procurar vivir la Semana Santa
como una oportunidad nueva: vivirla desde el corazón, avivando nuestra
fe y haciéndolo en familia, como “iglesia doméstica”. Es esta, pues, la
Semana Santa del corazón y de la familia.
Como el pueblo de Dios
en el exilio, sin templo y sin celebraciones, descubrió que podía
agradar a Dios con un culto que tenía como centro su corazón, así
nosotros en estas circunstancias reconoceremos que Dios aprecia, sobre
todo, un corazón cercano a Él, humilde y obediente (Cf. Dn 3, 38-39).
Nosotros
no hemos elegido esta situación que nos llena de preocupación y
tristeza, sobre todo a quienes han vivido situaciones más dramáticas en
el seno de sus familias. Todos estamos haciendo un gran esfuerzo
quedándonos en casa. Los padres estáis cuidando a vuestros pequeños,
convirtiendo vuestros hogares en escuela y “patio”. Los mayores deseáis
abrazar a vuestros hijos y nietos, mientras permanecéis solos. Los
sacerdotes sufrís por celebrar sin la presencia del pueblo y no poder
acompañar a las familias como quisierais. Todos los trabajadores que
lucháis en primera línea contra esta pandemia estáis sobrecargados,
dándonos un ejemplo extraordinario de dedicación, entrega y
profesionalidad, que admiramos y agradecemos.
A todos os invito a
vivir la Semana Santa en esta situación, poniendo los ojos en el Señor,
recordando que Cristo, pobre y humilde, está presente en medio de
nosotros porque, cuando dos o más nos reunimos en su Nombre, Él habita
en nuestro corazón por la fe. Cristo el Crucificado está al lado del que
sufre; Cristo el Resucitado nos da a todos su luz y esperanza.
Estoy
seguro de que estáis deseando vivir una intensa Semana Santa en estas
nuevas y sorprendentes circunstancias. Pero quizás os preguntáis cómo o
qué hacer para poder aprovechar esta nueva oportunidad de acercarnos al
Señor estando confinados. Con humildad os escribo esta carta con el
deseo de ofreceros unas sencillas sugerencias que os puedan ayudar:
1º. En
primer lugar, os invito a seguir por la televisión las celebraciones
del Papa, cuyos horarios os envío y podréis consultar en nuestra web
www.diocesisdehuelva.es. Una Semana Santa unidos al Sucesor de Pedro en
este momento de dolor para la humanidad entera. A las mismas horas que
el Papa, yo celebraré los sagrados misterios en casa, unido al Papa y a
todos vosotros. Seguid estas retransmisiones, con respeto y devoción,
participando con todo el corazón.
2º. Pensando en
los más pequeños, procurad poned en vuestras casas un pequeño “altar”
con el crucifijo o una reproducción de la imagen del Señor y de la
Santísima Virgen, una Biblia y una vela, donde podáis comenzar y
terminar la jornada con una sencilla oración, recordando el misterio que
contemplamos cada día, ayudados por los textos de la Sagrada Escritura
que también os envío. Rezad intensamente por los difuntos, enfermos y
familiares afectados por esta enfermedad del coronavirus.
3º. Los
cofrades sentiréis una “añoranza” especial el día en que vuestras
cofradías tenían previsto salir a la calle. Os sugiero que a la hora de
vuestra “salida”, cada uno, desde casa, se una en oración a sus hermanos
con el rezo del Vía Crucis u otras oraciones apropiadas. Esta será
vuestra estación de penitencia este año.
4º. El
viernes santo es día de ayuno y abstinencia. Otros años quedabais
dispensados de esta práctica porque resultaba difícil llevarla a cabo.
Este año podéis redescubrirla: abstenernos de carne y los adultos (no
los mayores de 65 años) hacer una sola comida. Con esta privación nos
unimos así a los sufrimientos de Cristo y a las necesidades de nuestros
hermanos más pobres. Unamos nuestro ayuno a la limosna que, a través de
Cáritas, llegará a las personas vulnerables, no solo en estos momentos,
sino también cuando se experimenten las dificultades económicas que
seguramente llegarán tras el paso de la pandemia.
Tendremos que
hacer un gran esfuerzo para seguir apoyando a los más necesitados. En
los momentos de prueba se despierta lo mejor de nosotros mismos.
Demostremos nuestras posibilidades de ayudar y comprometámonos aún más
para cumplir el mandato nuevo del Señor: Amaos como yo os he amado.
5º Buscad
momentos de silencio en cualquier rincón de vuestra casa. Recordad las
palabras del Señor, meditad sus gestos, sus sufrimientos: “Me amó y se
entregó por mí” (Gal 2, 20). El Resucitado está a nuestro lado para
llenarnos de su alegría y abrirnos horizontes de amor y de esperanza.
“Cristo vive y nos quiere vivo”, como nos recuerda el papa Francisco
(Cf. ChV, 1).
6º Finalmente, el domingo de
Resurrección festejad en familia esta victoria que sostiene nuestra
esperanza. No olvidéis que es el día central del año cristiano y debe
resonar en nosotros la alegría del Aleluya. Os propongo un gesto
sencillo: sacad vuestro mejor mantel y decorad la mesa, tal vez con
algún adorno que puedan hacer vuestros hijos, y bendecid la comida, aún
modesta, con una especial solemnidad.
Estos son sencillos y
pequeños consejos que os pueden ayudar. Estad atentos a las indicaciones
y sugerencias de vuestros sacerdotes. Sé que están desarrollando muchas
iniciativas, a través de las redes sociales, para estar cerca de
vosotros. Ellos están rezando por vosotros, celebrando solos y, sin
embargo, teniéndoos presentes en el altar. Doy gracias a Dios por
nuestros sacerdotes que están viviendo también una nueva forma de
celebrar estos santos días.
A todos os deseo una santa semana en
casa y, sin embargo, más unidos que nunca en el Señor. Que la Santísima
Virgen nos proteja con su manto maternal y el Señor nos bendiga y nos
haga sentir su amor y su presencia.
Con todo mi afecto.