Con la experiencia gozosa del encuentro que mantuvimos en La Rábida a
finales de septiembre, iniciábamos una nueva etapa en la singladura de
esta nave que es nuestra Diócesis de Huelva. Qué mejor escenario que
aquel donde se gestara la hazaña descubridora que hizo posible llevar el
Evangelio a los hermanos del nuevo mundo, para recibir el impulso
misionero que nos acerque hoy a esos que aún no conocen la alegre
noticia de Jesucristo.
Hoy la Iglesia nos sigue convocando a esa llamada evangelizadora: anunciar
al Cristo siempre joven de la eterna novedad, capaz de renovar nuestra
vida y nuestra comunidad, aún en medio de nuestras oscuridades y
debilidades (Cfr. EG, 11-13). Despleguemos de nuevo las velas y
dejemos que el soplo del Espíritu siga conduciendo a la Iglesia de
Huelva. Y, como aquellos intrépidos aventureros, atrevámonos a navegar
con la seguridad de que Aquel que nos envía llevará a buen puerto la
misión.
En esa confianza, ponemos este año nuestra mirada
especialmente en los jóvenes, conscientes de que, como nos dice el papa
Francisco, son el ahora de Dios. Ellos, que están “en un
momento de la vida en que comienzan a tomar distintas responsabilidades,
participando con los adultos en el desarrollo de la familia, de la
sociedad, de la Iglesia” (CV, 64ss). Ellos que son parte del “nosotros”
que formamos como familia diocesana, necesitan redescubrir esa identidad
y pertenencia.
El Papa nos invita a despertar la capacidad de
encontrar caminos donde otros ven sólo murallas, la habilidad de
reconocer posibilidades donde otros ven solamente peligros. Así es la
mirada de Dios Padre, capaz de valorar y alimentar las semillas de bien
sembradas en los corazones de los jóvenes (Cfr. 67). De este modo,
nuestra confianza en Dios vuélvase confianza en los jóvenes,
descubriendo en ellos la voz de Quien nos llama y desafía a adentrarnos,
con parresía, en el mar incierto que, a menudo, nos parece el joven de hoy. Descubramos en su corazón una “tierra sagrada”, ante quien debemos “descalzarnos” para poder acercarnos y profundizar en el Misterio
(Ibídem). Acojámoslo con cercana empatía; démosle un lugar en la
comunidad; reconozcamos y recojamos su creativa aportación a la vida y
casa común; hagámosle partícipe y protagonista de la tarea
evangelizadora. Este es el reto que invito a asumir conjuntamente en
todos los ámbitos pastorales, en todos los espacios de nuestra Iglesia
y, sobre todo, en el corazón de cada uno.
Por eso, pido a todos
que intensifiquéis la oración por los jóvenes, muchos de ellos de rostro
conocido, otros aún por conocer. Ojalá encuentren en nuestra Iglesia un
hogar de acogida y vida para seguir creciendo, para descubrir la
particular llamada que a cada uno Dios dirige y desde donde ser enviados
a transformar el rostro de este mundo poniendo al servicio los talentos
recibidos.
Finalmente, os invito, por un lado, a leer y profundizar, personal y comunitariamente, la exhortación postsinodal Christus Vivit
que el papa Francisco dirige en primer término a los jóvenes, pero
también a todo el Pueblo de Dios. Por otro lado, a acoger estas
sugerencias pastorales para que todos nos sintamos unidos en una tarea
común. Son propuestas que no han de ser tomadas en su literalidad, si
no, más bien, servir de inspiración para que cada parroquia, delegación o
grupo ponga en marcha sus propias acciones e iniciativas.
Que la
Virgen María, la joven del Sí y Estrella de la Evangelización, nos guíe,
acompañe y ayude en esta apasionante misión de rejuvenecer el rostro de
nuestra Iglesia.