CAMINEO.INFO.- Como hemos dicho, muchos sacerdotes, viviendo situaciones límite, se convierten en verdaderos testimonios de apóstoles de Jesucristo. Algunos, como, por ejemplo, el cardenal Van Thuan, los más de diez mil curas mártires de la Guerra Civil, los miles de encarcelados y masacrados por regímenes totalitarios, lo son de una manera extraordinaria, fuera del común y, además, sin haberlo buscado ellos: han sido víctimas, a quienes les ha venido encima el odio y la violencia y han sabido vivir esta circunstancia con espíritu evangélico y sacerdotal.
Pero hay un grupo inmenso de sacerdotes, que viven situaciones límite de una manera habitual y voluntaria, desafiando toda lógica y toda cordura “bienpensante”. Es el caso de los misioneros.
Hemos estado en Camerún visitando Mn. Sisco Pausas. Se podían señalar motivos muy diversos de nuestro viaje. Era una manera de llevar una presencia visible y próxima de la diócesis allá donde uno de sus presbíteros sirve al Señor, en un lugar lejano y en un marco de gran soledad. Además, el conocimiento directo de la realidad y el contacto con aquella Iglesia, permitía acertar a la hora de tomar algunas decisiones... Pero, dentro del Año Sacerdotal, el motivo más importante era verificar la vivencia concreta del sacerdocio en la frontera, es decir, en el límite de la evangelización denominada “ad gentes” y en el límite de condiciones muy difíciles.
¿Qué es lo que hemos encontrado? El sacerdote verdaderamente misionero nunca se considera un héroe de nada, aunque por muchas razones, su vida y su trabajo merezcan la admiración y el reconocimiento de todos. El testimonio sacerdotal del misionero no es llamativo, ni se mide “por los resultados visibles” de su tarea, sino que consiste en mantenerse fiel al propio ser de apóstol de Jesucristo en el sufrimiento, más allá de todo romanticismo, de toda sensiblería y de todo “utopismo” (perdón por la palabra). Las misiones proporcionan al sacerdote no pocas compensaciones y satisfacciones. Pero también sufrimiento. Y las carencias físicas, las condiciones materiales de vida, no son la causa principal, sino la convivencia y la sintonía con el sufrimiento de la gente. Aún así el misionero conserva la alegría, porque ésta no depende de aquellas satisfacciones ni de estos sufrimientos.
El jueves, día 6 de este mes, unas horas antes de tomar el avión que nos traía de regreso, los cuatro sacerdotes solos, Mn. Sisco y los tres que hacíamos el viaje, celebramos la eucaristía en Djamena, en una capilla con forma de cabaña. Las lecturas del día eran Hch 15, 7-21 (San Pedro proclama que todos el pueblos, sin distinción, se han de salvar sólo por la gracia del Señor Jesús) y Jn 15, 9-11 (“Como el Padre me ama, yo os amo. Manteneos en el amor que os tengo”). El calor, alrededor de los cuarenta grados, no permitía hacer muchos comentarios. Tan sólo añadimos en la plegaria universal dos sencillas peticiones:
“Señor, si el destino universal de Evangelio sólo se explica porque es un don tuyo, haz que Sisco viva y predique esta gratuidad, que es garantía de libertad y de evangelización de los más pobres... Señor, que nunca olvide que, en cualquier circunstancia, tú sigues amándole como el Padre te ama. Haz que siempre se mantenga al alcance de tu amor.”
El texto del Evangelio acababa con estas palabras de Jesús: “Os he dicho todo esto para que tengáis la alegría que yo tengo, y vuestra alegría sea plena”.