CAMINEO.INFO.- El alud de críticas y denuncias que estamos recibiendo en la Iglesia nos hacen sufrir y nos entristecen profundamente. Despiertan interiormente muchas sensaciones e interrogantes, que han de tener su lugar en la reflexión y en la plegaria.
Así, reflexionando y orando, recordé un texto del conocido teólogo Karl Rahner, que en su día, me impresionó y que hoy puede resultar iluminador. Escribía en 1947, en su artículo “Iglesia de los pecadores”:
“Los eruditos de la Escritura y los fariseos –de los que hay, no sólo en la Iglesia, sino por todas partes y con todos los disfraces– arrastran otra vez ante el Señor a la ‘mujer’... y la acusan de haber sido pillada cometiendo adulterio... La mujer no podrá negarlo. Es un escándalo. No hay nada que disimular. Piensa en sus pecados, que realmente ha cometido y olvida la escondida y manifiesta magnificencia de su santidad. Pero no quiere negar nada. Es la pobre Iglesia de los pecadores. Su humildad, sin la cual no sería santa, sólo sabe de su culpa. Y está ante aquél, al cual ha sido confiada, ante aquél que la ha amado y se ha entregado por ella para santificarla, ante aquél que conoce sus pecados mejor que quienes la acusan. Pero él calla. Escribe sus pecados en la arena de la historia del mundo, que pronto se acabará y con ella su culpa... Y condena la mujer sólo con el silencio de su amor, que da gracia y sentencia libertad. En cada siglo hay nuevos acusadores de esta mujer y se retiran una vez y otra, comenzando por el más viejo, uno tras otro. Porque ninguno de ellos estaba sin pecado. Y al final el Señor quedó solo con la mujer. Y entonces se levantará y mirará a la adúltera, su esposa, y le preguntará: ‘¿Dónde están...?’ El Señor se le acercará y le dirá: ‘Tampoco yo te condenaré’. Besará su frente y le dirá: ‘Esposa mía, Iglesia santa’.”
Este texto está en el trasfondo de otro artículo del mismo teólogo, “Iglesia pecadora, según los escritos del Concilio Vaticano II” (1966), que muestra cómo el Magisterio reconoce, con una buena lista de Santos Padres de la tradición y de grandes teólogos del siglo XX, que la Iglesia es a la vez santa y pecadora. Entre estos teólogos destaca uno más atrevido y fiel a la tradición de los Santos Padres, que en su libro sobre la Iglesia, titulado Sponsa Verbi (Esposa del Verbo), explica que ella es también Casta meretrix.
Pero lo que nos interesa, en primer lugar, a propósito de esta aplicación feliz de la escena del Evangelio de San Juan (8, 1-11) a la experiencia de la Iglesia, es el contraste entre las miradas de los acusadores y la de Jesucristo. La Iglesia es como la mujer denunciada. Los acusadores van con la ley en la mano y, según la ley, ellos tienen toda la razón. Por tanto, debe ser castigada (otra cosa es la última intención de los acusadores, que según el evangelista, era muy otra). La mirada de Jesús es radicalmente distinta. Entre las dos la Iglesia ha vivido y vivirá siempre.
- Estamos expuestos a la mirada de la sociedad y castigados por el vocerío de acusaciones, que tal vez tienen razón, al menos en parte. No negamos nuestros pecados, ni osamos levantar la cabeza, dispuestos a cumplir la ley.
- Pero lo más importante es ante quién estamos nosotros: nuestro ser más auténtico, quienes somos verdaderamente nosotros, se manifiesta ante otra mirada y bajo otra palabra.
- Jesús nos mira con justicia, con verdad y con amor: la conjunción de estas virtudes es la verdadera sabiduría.
No hay que insistir lo que el Papa Benedicto XVI nos ha recordado: la Verdad se realiza en el Amor y el Amor vive en la Verdad. ¿Cuál es la verdad de los hombres? ¿Cuál su amor? Hemos de saber responder a la ley humana, a pesar de que, como decía el rey David, preferimos caer en las manos de nuestro Dios, antes que en las de los hombres.