CAMINEO.INFO.- Seguramente alguien habrá pensado que esta expresión “creer para ser feliz”, cambia sustancialmente lo que siempre nos habían predicado: “creer para salvarse”. Y la verdad es que no podemos dejar de hablar de la salvación que nos viene por la fe.
Los mismos mensajes que oímos estos días de Adviento nos familiarizan con la salvación: somos llamados a “reproducir aquella esperanza del Pueblo de Israel en la venida del Salvador”; “nos nacerá el Mesías Salvador...”. La expresión, que liga la fe a la salvación, es esencial al mensaje del Evangelio. Formó parte de palabras definitivas de Jesús, como por ejemplo la conclusión del Evangelio más primitivo, el de San Marcos, donde la salvación aparece como resultado de la fe y del bautismo. San Pablo hizo de esta relación entre fe y salvación argumento central de toda su predicación, como vemos en las cartas a los cristianos de Roma y de Galacia. Cuando recitemos la profesión de fe, decimos: “creemos en el Hijo Unigénito de Dios, que por nuestra salvación bajó del cielo”. Asimismo, como sabemos, Lutero hacía de “la salvación por la sola fe” el eje de su reforma...
En definitiva, nuestro esfuerzo para transmitir la fe será inútil, si no estamos bien convencidos de que con la fe nos viene la salvación. Transmitimos la fe para que el otro sea feliz, pero esta felicidad incluye la salvación: “quiero que creas en Jesucristo, porque en Él encontrarás la salvación”, podemos decir a quien nos escucha y aún no cree.
Pero, ¿qué quiere decir ser salvado por la fe (y el bautismo)? Casi hemos olvidado hablar de ello en nuestras predicaciones y oraciones. Tal vez sea éste uno de los olvidos de lo esencial, como decía el filósofo Jean Guitton. Necesitaríamos mucha explicación para responder la cuestión de qué quiere decir “ser salvado”. Sólo haremos una pequeña aproximación con un ejemplo de “salvación experimentada”.
Hace unos días recibí un regalo, que tengo que agradecer sinceramente: el estudio que ha realizado Cinta Espuny Caubet sobre la evolución del pensamiento y la vida de Edith Stein los años que precedieron a su conversión a la fe católica (Esperant temps millors. Cartes d’Edith Stein a Roman Ingarden. 1917-1921). Allí podemos leer un fragmento de una de estas cartas, posteriores a la conversión:
“A mí me sucedió como a aquél que está en peligro de ahogarse, y a quien mucho después, en una habitación clara y caliente donde está muy seguro y rodeado de amor y de afecto y de manos bondadosas, de repente se le presenta la imagen del abismo oscuro y frío. ¿Qué otra cosa sentirá si no un temblor, y con ello una gratitud ilimitada, ante el brazo poderoso que le cogió maravillosamente llevándolo a tierra firme?” (p. 190)
La fe en Jesucristo, para aquél que ha buscado apasionadamente la Verdad:
- Salva del ahogo y el naufragio de la vida, del abismo oscuro y frío de los fracasos y las decepciones.
- Salva introduciéndolo en la claridad de un espacio, donde todas las cosas tienen sentido.
- Salva abriendo la experiencia de verse rodeado de amor y de afecto de manos bondadosas.
Un amor y un afecto de manos bondadosas, que no nos privarán de llorar. Pero la salvación consistirá en que entonces las lágrimas no vendrán de la desesperación, sino de la tensión entre la gloria esperada y cierta y el presente aún oscuro.