CAMINEO.INFO.- No es una barbaridad que unos padres digan a su hijo: “Queremos que creas en Jesucristo, porque deseemos de todo corazón que llegues a ser plenamente persona humana”. A mi entender, incluso lo hemos de decir y lo tenemos que saber explicar.
Damos por supuesto que el hijo, como todo el mundo, desea ser feliz. Y si es joven, tal vez con un ansia que le lleva al inconformismo, queriendo quemar etapas del normal desarrollo humano. Puede entender también, aunque no sea consciente de ello, que la felicidad venga de alcanzar y vivir todo aquello que su ser persona necesita y busca. Entonces, lo que los padres quieren decirle es que Jesucristo, el trato con Él y el intento de ser como Él, es la satisfacción de todas las necesidades y todos los anhelos de su persona. Por tanto su felicidad.
Así lo dice la encíclica Caridad en la Verdad, recordando el Concilio Vaticano II:
El evangelio es un elemento fundamental del desarrollo porque, en él, Cristo, «en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al hombre mismo» (n. 18).
Sólo si pensemos que se nos ha llamado individualmente y como comunidad a formar parte de la familia de Dios como hijos suyos, seremos capaces de forjar un pensamiento nuevo y sacar nuevas energías al servicio de un humanismo íntegro y verdadero. Por tanto, la fuerza más poderosa al servicio del desarrollo es un humanismo cristiano (n. 78).
Creer para ser feliz. Transmitir la fe, para contagiar felicidad.
Querríamos que todo el mundo entendiese este mensaje, creyentes y no creyentes. ¿Qué obstáculos hay para hacerlo entender? Por de pronto, uno bien difícil: que quien escuche no sea consciente de cuáles son las necesidades y los anhelos reales (auténticos) de su persona y, por tanto, que no llegue a sospechar cuál sería la felicidad verdadera. Por ello hablamos de que en la transmisión de la fe, hace falta siempre un momento –normalmente previo– de despertar, de abrir los ojos, de darse cuenta de cuál es la verdadera realidad humana. Desgraciadamente, en general, sólo con palabras no conseguimos dar este paso o provocarlo en quien nos escucha; tantas veces es la vida misma la encargada de abrir los ojos, mediante crisis, tropiezos y fracasos. Ojalá nos desvelasen tan fácilmente los triunfos, los éxitos y los gozos humanos.
- No impide la fe el deseo de ser feliz, al contrario, es la condición.
- No impide la fe la búsqueda de la felicidad, sino el error en identificarla y en elegir el camino para alcanzarla.
- No impide la fe valorar todo lo humano y gozar de la vida, sino la resignación a no pedir y buscar más.
Uno piensa qué le pasaba por la cabeza a Jesús cuando en la montaña gritaba insistentemente a la multitud: “Bienaventurados..., felices...” (Mt 5,1ss.) Pero si sólo hubiese dicho eso..., habría tenido un éxito como el de la propaganda que nos llega saturada de promesas. Lo que resultaba incomprensible, e incluso escandaloso, era la segunda parte de sus frases.
Nosotros intentamos comprenderlo un poco más y, en todo caso, diremos bien convencidos: “amigo mío, feliz tú, si crees en Él”.
