CAMINEO.INFO.- Tenemos que transmitir la fe amando, porque Dios es el Amor y la Verdad. Aquí, más que en otro lugar manda la ley de la coherencia entre lo que decimos y la manera de decirlo. Y no sólo por la eficacia que la coherencia da a este anuncio bajo el punto de vista testimonial, sino por la exigencia del mismo mensaje.
A veces se ha explicado la coherencia entre lo que anunciamos cuando evangelizamos y la forma en que lo hacemos, diciendo, por ejemplo, que “a nadie se le acude regalar una perla preciosa, envuelta en papel de diario” o “ponerle un marco de plástico lustroso a un cuadro de Velázquez” o “hacer la bandera del país con trapos sucios de hacer la limpieza”... Cada cosa pide el reconocimiento de su dignidad. Pero estos ejemplos no nos sirven demasiado para entender como tenemos que transmitir la fe. La perla, la pintura o la bandera, puede ser merecen una dignificación del género propio, o sea, de acuerdo con el tipo de cosas que son. Pero a la hora de elegir la manera de transmitir la fe, ¿qué puede dignificar el anuncio del Dios Amor y Verdad? No se trata de “hacer amable” lo que de por sí ya lo es... El amor que tiene que acompañar la transmisión de la fe tiene su rostro peculiar.
Jesús lo dejó bien claro a los Doce:
“No toméis nada para el camino: ni bastón, ni zurrón, ni pan, ni dinero, y no os llevéis dos vestidos. Cuando entréis en una casa, quedaos allí hasta que dejéis aquel lugar. Y si no os acogen, salid de aquella población y sacudíos el polvo del calzado como acusación contra ellos” (Lc 9,1-5)
De estas palabras los evangelizadores, ansiosos de encontrar la manera más adecuada para transmitir la fe en Dios Amor y Verdad, sacamos, al menos, cuatro grandes consecuencias:
- El Dios Amor y Verdad no quiere ser anunciado con la seguridad que dan los recursos y la riqueza, sino con pobreza y abandono.
- Asimismo, no quiere que el apóstol elija la casa según su afecto o su comodidad, sino que acepte el lugar, sea bueno o malo.
- Por el mismo motivo quiere ser propuesto y anunciado, no impuesto, de manera que el mensaje pueda ser rechazado.
- De todas formas, el peso, el valor y la autoridad del anuncio es tal, que quién lo rechaza se cierra al Amor y a la Verdad.
Así pues, no deja de sorprendernos que el rostro y la figura del amor que tenemos que practicar para transmitir la fe es talmente la pobreza. La pobreza es el envoltorio, el marco, el material y el lenguaje del amor. La pobreza en tanto que desprendimiento de bienes que dan seguridad; pobreza de quién acepta la casa o las circunstancias que le toca vivir; pobreza de quién no usa la coacción y el poder para convencer; pobreza que permite retirarse, dejando que la luz del mensaje ponga en evidencia las tinieblas de quién se cierra al Amor y la Verdad (como diría San Juan: cf. Jn 3,18-19).
Todo tiene su lógica. Este vestido, estas maneras de amar en pobreza, serían las que eligió el mismo Dios, cuando decidió comunicarse con nosotros. Aún más: no sólo eligió formas de pobreza, sino que Él mismo se hizo pobre. ¿Cómo podemos dudar del camino para transmitir la fe?
Pronto empezamos el Adviento y la Navidad. Lo veremos aún más claro y celebraremos con gozo que el amor de Dios tenga este rostro.