CAMINEO.INFO.- Cuando nos planteamos el problema de la transmisión de la fe, normalmente nos preguntamos por la manera de hacerlo. Parece que todo el problema consista en encontrar el lenguaje, el sistema, la estrategia. Y, sin duda, encontrar la manera adecuada es uno de los retos más urgentes en la evangelización.
Pero la fijación en encontrar la manera no nos puede hacer olvidar una cuestión previa y, a mi parecer, más importante: la cuestión de “qué es lo que hemos de transmitir”. Consideramos que esta cuestión es más importante, porque la manera de transmitir la fe, no sólo depende del destinatario, del que escucha, sino también de aquello que transmitimos. Incluso podemos decir que, si tenemos claro lo que hemos de transmitir, seguramente encontraremos la manera adecuada de hacerlo.
Intentemos profundizar en lo que hemos de transmitir, cuando comunicamos la fe. En principio, la respuesta es clara: tenemos que transmitir el conjunto de verdades que creemos y proclamamos en el Credo. Pero esta respuesta dice muy poco de la transmisión de la fe. Porque lo que creemos no es exactamente un conjunto de verdades, como si fuera una serie de ideas, de datos u objetos, que puede enseñar cualquier ciencia. Las verdades que contiene el Credo, no son más que una Verdad, que a la vez es un único Amor: Dios mismo, el Pare de Jesucrist. No podemos olvidar que tanto el Credo, como todo el conjunto de los dogmas, que definen lo que creemos los cristianos, se reducen a una sola afirmación: Dios es Amor, y porque es Amor, es a la vez Verdad y Belleza. De este Dios hablamos, cuando comunicamos la fe, sea cual sea la verdad particular que estamos anunciando: la Creación, la Encarnación, el Misterio Pascual, el Espíritu Santo, la Iglesia, los sacramentos, la resurrección de la carne...
Dice la encíclica Caridad en la Verdad:
“Sólo en la verdad resplandece la caridad y puede ser vivida auténticamente. La verdad es luz que da sentido y valor a la caridad... En la verdad, la caridad refleja la dimensión personal y al mismo tiempo pública de la fe en el Dios bíblico, que es a la vez agapé y lógos: caridad y verdad, amor y palabra” (n. 3).
Por tanto, lo que transmitimos es la Verdad de Dios. Pero la Verdad de Dios es algo muy singular: de ninguna manera se puede transmitir con indiferencia y nunca dejará indiferente a aquél que la recibe.
- La Verdad que transmitimos cuando comunicamos la fe, es también verdad para aquél que nos escucha, a pesar de que no la reconozca.
- Le afecta profundamente el hecho de que haya un Dios que es Amor y a la vez es Verdad, porque este Dios ilumina de hecho todos los amores y todas las verdades de su vida.
- Igualmente este Dios es la fuente y el sentido de todas las verdades que creemos los cristianos.
Eso quiere decir que el anuncio de cualquier verdad del Credo, del catecismo, del dogma, se ha poder ver como derivada del Dios que se Amor. Vemos, pues, más claro por qué y cómo tenemos que transmitir la fe.