Un periodista nos pregunta cómo afronta la Diócesis la crisis y cómo
está presente en la lucha contra la pandemia. Respondemos que la Iglesia
afronta la crisis y ofrece su ayuda a la sociedad en un triple sentido:
Primero,
sencillamente siendo los católicos auténticamente «lo que son». Como
decimos que Dios, no solo ama, sino que es amor y misericordia, así
queremos ser los creyentes: amor y misericordia, en todo el que hacemos y
vivimos.
En segundo lugar, quiere estar presente mediante muchas
iniciativas que salen de las personas y comunidades cristianas en favor
de los más necesitados: no solo de Cáritas, sino también de
particulares, otros grupos, comunidades, incluidas las comunidades
religiosas, fundaciones, colegios, movimientos, etc.
En tercer
lugar, la Iglesia mediante el compromiso sobre todo de sus miembros
laicos, se suma a toda iniciativa que proviene de la sociedad, con la
que comparta el humanismo y los criterios fundamentales de toda acción
en favor de los necesitados, sin otro interés que apoyar todo lo que
considera un bien para todos.
Algunos observarán que la Iglesia
como tal no ofrece ninguna solución; no necesitamos, dirán, la fe, ni
cualquier respuesta que deje todo en una vivencia interior y no sea una
solución práctica, visible, social, etc. Otros, quizá en sintonía con el
nuevo gusto por “la interioridad”, nos entenderán un poco más.
Me
llega desde una comunidad carmelita este testimonio de Edith Stein,
Santa Benedicta de la Cruz. Cinco días antes de morir en la cámara de
gas, escribe a la superiora de su comunidad informándole que “están
todas bien” y añade:
“Naturalmente, hasta la fecha sin misa y sin
comunión; quizás más tarde sea posible. Ahora nos es dado experimentar
un poco cómo se puede vivir sostenidas interiormente”.
En estos
momentos muchos experimentaremos una perfecta sintonía con estas
palabras de la santa. Ella lo tenía mucho más difícil que nosotros, pues
le esperaba la muerte cruenta.
“Sostenidos interiormente”. ¿Hará
falta aquí hacer una explicación y una apología de lo que significa para
nosotros “interioridad”? Ya llegará el momento oportuno. Basta recordar
la conocida máxima de San Agustín: “En el interior del hombre habita la
verdad”. Es decir, en el interior está la verdad o realidad de cada uno
(sin disimulos) y la verdad de Dios (su Espíritu). Quien olvida o
menosprecia la interioridad vive en un tremendo error, pues fácilmente
puede engañar y ser engañado.
De nuestro interior sale lo más
auténtico de cada uno, sea bueno o malo, como nos dijo Jesús (cf. Mt
15,19). Porque del corazón nace la libertad, la adhesión o no a
determinados valores e ideales, el sentido que damos a las cosas, los
motivos profundos de nuestro actuar, el amor, la indiferencia o el odio…
Por
eso, hoy particularmente, si queremos que de nosotros salgan gestos de
fraternidad, de justicia, de solidaridad, de amistad, de servicio, de
paciencia, de constancia, de esperanza, de generosidad… y otras muchas
conductas reclamadas para salir juntos de la crisis, es absolutamente
indispensable que nuestro interior, no solo esté sano, sino también
fortalecido.
Éste es, sobre todo, el campo en el que trabaja
nuestra fe. Sin olvidar que Jesús también nos recordó que lo que
escuchamos y creemos se ha de traducir en obras (cf. Mt 7,21-23),
nuestra respuesta siempre será la misma: “que nuestro corazón esté
convertido, purificado y entregado a Cristo y sostenido por Él, para
seguir amando sin parar”. De esa interioridad sanada y fortalecida sale
hoy nuestra aclamación a Jesús que entra como Mesías en Jerusalén. Ya
sabemos qué es lo que esto significa. Quizá no tendremos la Eucaristía,
pero nuestro corazón seguirá siendo eucarístico.