CAMINEO.INFO.- En este punto del camino que hemos hecho juntos profundizando y descubriendo los secretos del amor, podemos afirmar algo que no todo el mundo sabe: los enemigos del amor no son precisamente el sufrimiento, los fracasos, la soledad, la miseria o la muerte; igualmente sus amigos no son el éxito, el buen nivel de calidad de vida, el ambiente satisfactorio, la salud... Todo eso queda fuera de un mismo. Los verdaderos demonios y las tentaciones que asedian el amor están dentro de nosotros: el miedo que nos impide lanzarnos a amar ya, el desfallecimiento y la inconstancia, que hacen difícil permanecer amando, el pesimismo y la desesperación, que niegan el triunfo del amor; pero también y sobre todo el orgullo, el individualismo, el egoísmo, la ambición... Ya nos lo dijo Jesucristo: nada que viene de fuera hace bueno o malo el hombre, sino lo que viene de dentro (Mc 7,15).
Hay que decirlo, y tal vez gritarlo, con firmeza y convicción: ni siquiera “la cultura del desamor”, que nos seduce poderosamente con palabras e imágenes de todo tipo, podrá impedir que el amor resucitado arraigue, crezca y triunfe en nuestro corazón.
Porque el amor tiene vocación de permanencia, crecimiento, plenitud y eternidad. Es una de las huellas, la más profunda, de Dios en nosotros. Si el amor no nos acompañara en la eternidad, ¿merecería la pena vivir eternamente? ¿Cómo se podría soportar una eternidad sin amor? Dicen que eso mismo es el infierno.
De hecho la vocación del amor era una vocación trágicamente frustrada. En el limbo estaban los justos, que sufrían esta terrible frustración: todos los justos que, habiendo amado tal y como Dios los mandaba, y por haber amado así, gemían y lloraban, al ver que todo había acabado en el fracaso más absoluto de la oscuridad y la derrota. Pero allí, según dice el Credo (y nos muestran bellamente los iconos bizantinos), descendió Jesucristo: rompió las puertas, cogió de la mano a cada uno de los justos y se los llevó a la gloria. Desde entonces el amor tiene sentido, goza de su triunfo asegurado y se convierte en el único camino de felicidad. Por ello no hemos hablado del amor en abstracto, sino del amor resucitado, dando a entender que es el amor que han vivido y viven los resucitados.
- El amor resucitado es todo cuanto puede desear el ser humano: amar y ser amado con este amor es su plenitud.
- El regalo mayor que puede recibir en su vida es que esta plenitud esté garantizada: todos los enemigos del amor ya han sido vencidos.
- Sólo resta abrir las manos, para recibir el regalo, dejar que atraviese y empape todo nuestro ser, pensamiento, corazón, sensibilidad, cuerpo, acción...
Hemos aprendido bien que el amor no existe, sino que existen las personas que aman, pues incluso el amor perfecto es una persona: el Espíritu Santo. Todo Él es ofrenda, don y regalo, y busca quién está dispuesto a recibirlo.
Así pues, ¿qué otra cosa podemos desear? Vamos en pos de muchos bienes, pero ¿cuántos perduran? Los éxitos, los honores, el dinero, el prestigio, el poder, los títulos, los dones..., todo muere y pasa. Únicamente “el amor no pasará nunca” (1Co 13,8).