CAMINEO.INFO.- Una mirada de conjunto a éstas “Variaciones sobre el amor resucitado” nos dibuja una figura del amor humano, creemos, apasionante, pero también nos deja una especie de regusto triste. Porque, tanto la reflexión que hemos ido haciendo, como nuestro propio compromiso de ser verdaderos y auténticos, nos obligan a no dejar de lado la realidad. Sin ella todo quedaría como algo que “suena bien”, pero que no sirve para la vida.
El hecho es que las tendencias culturales y sociales de hoy, según el parecer de los entendidos, no favorecen mucho la vivencia de esta manera de amar. Hemos podido leer la obra del P. Lluís Duch “La crisis de la transmisión de la fe”, que, respondiendo a su objetivo, comienza analizando las estructuras de acogida de esta transmisión, entre las cuales, tal vez la más importante, es la familia (la “codescendencia”, según su lenguaje). Inevitablemente tenía que tratar en concreto del amor, tal y como hoy se vive en el seno familiar. Entre otros, cita a menudo el estudio de U. Beck – E. Beck-Gersheim, “El normal caos del amor”, que ya desde su título resulta muy interesante. Querríamos saber qué significado dan aquí al adjetivo “normal” y los motivos por los que lo han introducido aquí, acompañando a “caos y amor”. De hecho la descripción que los sociólogos y antropólogos hacen de la experiencia del amor en la familia actual se acerca mucho al caos. Si la familia actual no es más que una comunidad de sentimientos y de tiempo libre, marcada por un fuerte individualismo (en tanto que mantenida sólo desde las necesidades del “yo” soberano), la desvinculación, la provisionalidad, la incertidumbre y la inseguridad, el predominio de lo experiencial y satisfactorio, entonces, con palabras de los mismos sociólogos, estamos ante la “familia postfamiliar”, que es como decir “el amor del desamor”.
El rechazo actual del matrimonio de todo tipo, tanto eclesiástico como civil, en el fondo obedece a que las parejas no ven, o no quieren ver, ninguna relación entre el amor y la institución y, en consecuencia, entre el afecto de la pareja y la sociedad que los rodea. Porque lo que aporta la institución al compromiso de amor de una pareja es, por una parte, una ayuda a la estabilidad y, por otra, su vertiente externa y pública, la apertura a la sociedad (no hablamos ahora del sacramento del matrimonio que tiene un significado mucho más rico). Ahora bien, ¿el amor no es algo absolutamente personal?, ¿no es una vivencia y un movimiento íntimo?
- El amor resucitado sabe que nada podrá sustituir la intimidad de un compromiso libre y personal para amar.
- Pero no es un caos. No tiene miedo a la institución, ni la rechaza, pues sabe que, quien ama, no está él solo, que él es fruto de una sociedad y una cultura, que su vida tiene efectos sociales y culturales, y que, además, también necesita “muletas” para mantenerse en su compromiso.
- Sin embargo, el amor resucitado, si asume positivamente la institución como necesaria de hecho, también sabe que al final sólo queda “la sustancia del amor”; cuando, agradecido, vea desaparecer todo cuanto en esta historia le ha ayudado en sobrevivir, y tal vez también a crecer.
Eso será cuando, como dice el libro del Apocalipsis, “Dios será todo en todas las cosas”, cuando el amor inunde toda la humanidad y llene de luz indeficiente todo el mundo creado.
