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Cantos de conversión: todo el sufrimiento del mundo (Sal 21) |
Mons. Agustí Cortés Soriano |
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Cantos de conversión: todo el sufrimiento del mundo (Sal 21)Thu, 17 Mar 2016 22:38:00
Mons. Agustí Cortés Soriano
Mons. Agustí Cortés Soriano
Ver y tocar el sufrimiento humano es una experiencia conmovedora. La sociedad del bienestar tiende a volver la cara cuando ve aproximarse una imagen que evidencia el dolor humano. Las noticias trágicas que nos llegan a través de los medios de comunicación, en general no pretenden sino producir un choque emocional, pero el ritmo de la vida y otras vivencias compensatorias tapan cualquier reacción que contribuya a cambiar las personas y las cosas.
Los cristianos no queremos que suceda esto. Desde los primeros momentos del cristianismo, más aún, lo primero que hicieron los cristianos en su liturgia, fue contemplar y vivir de cerca “todo el sufrimiento del mundo”, haciendo presente a Jesús en su Pasión y Muerte. Su narración fue, de hecho, el primer relato de lo que después llegó a formar el Nuevo Testamento. Así fue, no “a pesar de creer en el Dios de la vida”, sino precisamente por creer en ese Dios, que acabó resucitando a Jesús.
Los creyentes, sobre la base de las Escrituras del Antiguo Testamento, y de las propias palabras de Jesús, vieron en su Pasión y Muerte todo el sufrimiento de mundo.
Santo Tomás Moro, encerrado en la prisión, a la espera de ser degollado a causa de su negativa a ceder ante cualquier interés político y mantenerse fiel a sus principios de fe, quiso profundizar en el dolor de Jesús en su Pasión: escribió su conocida obra Sobre la tristeza de Cristo. En ella se hace eco de la cuestión que algunos planteaban sobre si otros muchos mártires y otras víctimas no han sufrido más tormentos y más prolongadamente que Jesús. Respondió que no hay que ver tanto la “cantidad” de sufrimiento, sino su cualidad, es decir, su gravedad, su intensidad y su motivo. Quien sufre en la Pasión es aquel que más perfectamente ha gozado del amor de su Padre Dios, en una especie de contradicción abismal e infinita entre el más luminoso amor y la realidad más “antidivina”, como es la muerte humana provocada por el pecado.
En todo caso, resuenan en nosotros aquellas palabras de D. Bonhoeffer, aquel otro testigo de la fe que, también en la cárcel, esperando la sentencia de muerte escribía:
“Es infinitamente más fácil sufrir obedeciendo a un mandato humano, que obedeciendo a la libertad de una acción propia y responsable. Es infinitamente más fácil sufrir en comunidad que en soledad. Es infinitamente más fácil sufrir públicamente y con honor, que aislado y en la vergüenza. Es infinitamente más fácil sufrir comprometiendo la existencia corporal, que comprometiendo el espíritu. Cristo murió libremente, en soledad, apartado y con vergüenza, en el cuerpo y en el espíritu y, desde entonces, muchos cristianos con Él”
Más aún, en Cristo reconocemos todos los que voluntariamente dan su vida por amor, todos los que son víctimas de la soledad, la oscuridad, la humillación, la traición y la injusticia. Por eso la Pasión de Cristo es “la verdad” del Salmo 21, su cumplimiento y su verificación.
“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?... ¡Soy el hazmerreir de la gente! Los que me ven, se burlan de mí… Mi corazón es como cera que se derrite dentro de mí. Tengo la boca seca como una teja; tengo la lengua pegada al paladar... ¡Puedo contarme los huesos! Se han repartido mi ropa entre sí, y sobre ella echan suertes.”
Los cristianos no somos en absoluto amigos del sufrimiento humano. Pero sí que reconocemos que en Jesús el amor ha alcanzado su cima. En Él todo el dolor del mundo ha sido asumido y, por el amor, ha llegado a ser transformado en gloria.
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