CAMINEO.INFO.- Por lo que venimos diciendo, así como la vida sobre la tierra no puede subsistir sino bajo la influencia de la luz del sol, así el amor resucitado no puede permanecer en nosotros, si no es bajo la mirada amorosa de Dios. Y como esta mirada no se agota ni se cansa, es eterna, nosotros podemos seguir amando. Y aunque, según dicen, la vida del sol es limitada (dicen que puede perder un 10% en 6.000 millones de años), no así la mirada amorosa de Dios, que no se extinguirá, aunque el sol se apague.
Pero no sólo nos preocupa permanecer, sino también crecer en el amor. Porque sabemos que el amor, como la santidad, si no crece, muere. El amor “inmóvil”, además de ser un aburrimiento, no puede ser verdadero amor. La estabilidad en el amor no es inmovilidad.
Hemos aprendido muchas cosas sobre el amor en el contacto con parejas. Asistí a una boda, en la cual el novio añadió a la fórmula de consentimiento establecida estas palabras: “mientras el amor dure...” Naturalmente, aquel supuesto amor no duró más de un año y medio y el matrimonio pronto se rompió. Por el contrario, oí explicar a un padre de familia, que llevaría ya más de doce años casado, que vivía el amor a su esposa todos los días “como si fuera un nuevo estreno”, como si cada día estrenase el amor. ¿Es eso posible?
Siempre nos impactan las palabras de San Pablo:
Pido en oración que aumente más y más vuestro amor, y que alcancéis mucha sabiduría y entendimiento en todo, para saber escoger siempre lo mejor. Así podréis vivir una vida limpia y no habrá nada que reprocharos cuando Cristo regrese; pues entonces presentaréis una abundante cosecha de buenas acciones gracias a Jesucristo, para honra y gloria de Dios. (Fil 1,9-11).
Solemos decir que el amor depende del conocimiento: amamos cuando captamos el bien o la belleza del otro y gozamos con su posesión. Según este principio, llegado el momento en el cual creemos conocer perfectamente el otro y que hemos gozado de su atractivo, el amor pierde ya toda novedad y cae en el tedio, posiblemente hasta morir. El amor resucitado es otra cosa. Como da a entender San Pablo, el amor no sólo nace del conocimiento y el disfrute del otro, sino que también (sobre todo) es una fuerza de conocimiento y descubrimiento del otro y una entrega personal, hasta que el otro goce y sea feliz.
- El amor resucitado nos estimula a conocer más el amado, incluso nos capacita para conocerlo mejor, ganando constantemente en clarividencia.
- Porque el amado no es un objeto, sino un don y un misterio, un abismo formado por la presencia, en él, del amor de Dios.
- Así, el amor crece con el deseo del otro, pero no el deseo de apropiación, sino de descubrimiento y contemplación, de goce de su resplandor, que nos viene por la comunión con él.
Sólo el amor de Dios permanece el mismo siempre. Pero en nosotros genera dinamismos de amor, cada vez más profundos y comprometidos. Así crece en nosotros el amor, normalmente describiendo un camino accidentado, de altibajos, claridades y oscuridades... pero en continuo ascenso hacia una plenitud que ya podemos intuir.
