CAMINEO.INFO.- Como decíamos, mostrar la maravillosa relación que hay entre el amor resucitado y la felicidad no es fácil, debido a que muchos no entienden que «felicidad» es algo más que «pasarlo bien» y que incluso exige andar un camino a veces duro. ¿Y si explicásemos en qué consiste la verdadera felicidad? Tal vez se entendería más su relación con el amor.
Pero la cosa no es tan sencilla. El problema no está en definir qué es la felicidad. Podemos echar mano de definiciones académicas, de las que aparecen en los libros, como por ejemplo «felicidad es la posesión y el goce del bien supremo», o «la perfecta satisfacción y realización de todas las tendencias y necesidades del ser humano». A primera vista éstas son definiciones que no nos gustan. Por un lado, parecen no poder relacionar la felicidad con el amor resucitado, porque hacen pensar en «un yo absolutamente satisfecho», mientras que el amor resucitado habla de un «yo absolutamente entregado al amado». Por otro, suenan como «palabras demasiad gordas», algunos dirían también «demasiado abstractas».
Creo que la palabra «felicidad» hoy nos da miedo. Como también nos dan miedo (si se nos permite la expresión) todos los «maximalismos». Vivimos tiempos de fijarnos en lo práctico e inmediato. Que mande el día a día. Lo otro, mejor dejarlo, no pensar en ello, mejor declararse «agnóstico ante la felicidad». ¿Es por la madurez, el realismo, que da la experiencia? Creo que no. Más bien, se debe a un estado difuso de decepción hacia los grandes ideales, mezclado con un exceso de pragmatismo egoísta.
Pero, ¿podemos hablar de amor sin maximalismos, como por ejemplo la felicidad? El lenguaje de los enamorados siempre es maximalista. Parece que el amor lleva siempre a la exageración.
C. S. Lewis lo decía con su sutil ironía: los enamorados hablan en términos absolutos, con hipérboles, con un lenguaje que parece «divino» («no puedo vivir sin ti», «nunca te dejaré», «eres
todo para mí»…). Después la vida de todos los días desgraciadamente es otra cosa. Parece que el problema radica en mantener la exaltación (una especie de felicidad fuera de lo común) que proporciona la experiencia del amor, en la vida cotidiana y real, siempre prosaica y esforzada. G. Bessière recordaba un profesor de literatura que escondía su rica sensibilidad detrás de una postura exageradamente arisca y agria. Por una parte decía: «Un rostro bello es el más maravilloso de los espectáculos. Y la armonía más dulce es el sonido de la voz de la amada». Pero por otra, citaba a P. Verlaine: «La vida humilde del trabajo rutinario es una tarea que requiere mucho amor». Y añadía: «El amor es algo serio: sin el amor ninguno de nosotros estaríamos aquí».
—El amor nos abre al infinito. Por lo tanto nos permite acceder a la alegría sin límites. Eso es la felicidad.
—Es cierto que la felicidad consiste en el estado de satisfacción de todas las necesidades humanas. Pero bien entendido que estamos hechos para el amor: para amar y ser amados. Somos más felices cuanto más amamos.
—No nos da miedo hablar así. En el día a día no vivimos una exaltación huidiza, sino una especie de felicidad que se traduce en la paz y la serenidad de quién sabe que la puerta está ya abierta y nadie la podrá cerrar.
Por ello, la clave que hace posible la felicidad aquí en la tierra, en forma de paz y serenidad, es vivir, no cualquier amor, sino precisamente el amor resucitado.