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CONSERVAR VIVA LA FE |
Mn. Agustín Cortés Soriano |
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CONSERVAR VIVA LA FEThu, 21 Nov 2013 08:39:00
Mn. Agustín Cortés Soriano, obispo de Sant Feliu de Llobregat
Mn. Agustín Cortés Soriano
La Segunda Carta a Timoteo pone en boca de san Pablo esta expresión, que suena a testamento, a palabras definitivas, esenciales, de esas que merecen figurar en un epitafio: «He mantenido la fe» (2Tm 4,7). No era para menos, pues, según su contexto, responden al momento en que el Apóstol se enfrenta a la muerte, considerándose a sí mismo como un «ser sacrificado»: por su mente pasarían momentos de lucha, de combate y de «carrera», aunque ve ya próximo el triunfo final y la meta. Por tanto podemos entender que esta expresión es todo un programa de vida.
«He mantenido la fe» puede tener un doble significado: haber conservado íntegro el conjunto de verdades que creemos (el Credo) o, también, haber seguido creyendo en Cristo, a pesar de los momentos difíciles que ha vivido.
Respecto del primer significado, es decir, haberse mantenido en la ortodoxia, hay que precisar lo siguiente. La expresión «conservar el depósito de la fe» es engañosa, pues sugiere que lo que creemos es el resultado de una especie de almacenamiento de ideas preservadas de la vida, para evitar su contaminación. En realidad ocurre lo contrario. Ya en la Iglesia primitiva se difundían doctrinas que no coincidían con lo que Jesús había predicado. La voluntad de conservar íntegra la fe no respondía a una manía de inmovilismo, integrismo o cosa parecida, sino que san Pablo y los Apóstoles sabían que una modificación en el contenido de la fe, el mensaje transmitido, siempre suponía un cambio en la vida, en la idea de Dios o en el concepto de ser humano, de la vida, del mundo o de la salvación. De ahí las palabras tan fuer tes que dirige san Pablo a quienes modificaban el evangelio que habían recibido (sea un apóstol, un ángel o incluso él mismo: Gal 1,8-9).
Según el segundo significado, la expresión viene a decir: «a pesar de todas las crisis y sufrimientos de mi vida, o precisamente en ellos, he seguido creyendo». Este mensaje hoy es urgente, toda vez que para muchos el sufrimiento es motivo de perder la fe. Con san Pablo diremos «nada podrá separarnos del amor que Dios nos ha mostrado en Cristo Jesús, nuestro Señor» (del amor que él nos tiene y del nuestro hacia él: Rm 8,39).
Aplicamos a la fe lo que G. Thibon afirmaba del amor en su libro Una mirada ciega hacia la luz:
La fe, como el amor, crece y madura «ante los enemigos», supera los límites del destino, su pureza se mide por la cantidad de crisis que ha podido superar sin morir.
Los momentos difíciles u oscuros de la fe se deben frecuentemente a nuestras negligencias, pero nunca a que la fe cristiana sea una especie de ocultismo o pensamiento enigmático: la causa principal es que la fe consiste en andar un camino de penetración vital en el misterio del amor de Dios. Así lo explicaba H.U. von Baltha sar hablando de san Juan de la Cruz. A veces la fe cuesta porque la fe es apertura confiada, y abrirse así no nos nace espontáneamente:
—Abrir el oído a la Palabra que ilumina e interpela.
—Abrir el corazón a una presencia personal y viva que saca de la soledad y la impotencia.
—Abrir los brazos a una amistad, que vincula y compromete.
Abrir los brazos cuesta toda una vida. Alguien ha dicho que Cristo los abrió y los dejó clavados para mantenerlos así por toda la eternidad.
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