CAMINEO.INFO.- La relación que hay entre el amor resucitado y la educación, no sólo hace referencia al educador, sino también al educando y a la finalidad de la tarea educativa. Ésta no tiene otro sentido que hacer del niño o del joven un sujeto de amor, una persona capaz de amor, capaz de recibirlo y de darlo.
Hemos podido leer en la prensa unas declaraciones de un joven juez, especializado en casos de la llamada «violencia de género». Decía que sólo con la ley y las herramientas que tiene un juez, no se podrá solucionar el problema, sino que esta solución pasa necesariamente por la educación. Tiene toda la razón. Pero nos gustaría hacer algunas importantes precisiones.
La llamada «violencia de género» no tiene su origen principal en una ideología. Quién pretende combatirla sólo haciendo leyes o corrigiendo ideas o mentalidades fracasará: tan sólo difundiendo «una ideología contraria» no obtendremos más que una lucha de ideas. El problema fundamental es precisamente la «violencia». Creemos que éste es el origen y la causa principal, aunque se manifieste en el terreno de la relación sexual o afectiva y en la agresividad hacia el otro.
Hemos hablado de la vida sexual y el amor resucitado. Dábamos a entender que el problema no estaba en el sexo, sino en la persona que tenía que ser capaz de amar en su vida sexual. Ahora decimos lo mismo. El problema no radica en la combatividad, que bien entendida puede ser una fuerza positiva para la vida, sino en la persona que tiene que saber integrar esta fuerza, derivándola en solidaridad, mediante el amor.
Este «ser capaz» de la persona es talmente el objetivo de la tarea educativa. Nos gustaría disponer de un buen estudio sociológico que pusiese de manifiesto la relación que hay (según nuestra hipótesis) entre la promiscuidad o el exceso sexual con la violencia. Tal vez no sería demasiado correcto políticamente hablando, pero creemos que quien promueve una vida sexual sin más límite que la voluntad del otro, difícilmente podrá evitar que uno quiera obtener o exija lo que quiere de otro más débil, si se tercia, usando la violencia. Tanto el sexo sin amor, como la violencia, nacen de la persona que se entiende a sí misma como centro y fuente de necesidades: la vida, los otros, las cosas le tienen que satisfacer, están ahí a su servicio. Jesús decía: «Si alguien quiere ser el primero, que se haga el último de todos y el servidor de todos» (Mc 9,35).
—El afecto pasional centrado en la necesidad perentoria que uno tiene del otro y que exige absoluta y urgentemente satisfacción, está a un paso de la violencia.
—Se sitúa en el punto radicalmente contrario al amor resucitado.
—Más valdría poner toda la pasión al servir a las necesidades reales del otro: entonces amaría de verdad.
Si un día Dios nos concede ver erradicada la violencia, será porque habrá llegado la resurrección del mundo en el amor.