CAMINEO.INFO.- En este momento de nuestro itinerario de descubrimiento del amor resucitado conviene tratar de la maravillosa relación que hay entre este amor y la felicidad.
No es fácil hacerlo, porque, nada más intentarlo, encontramos no pocos obstáculos. Señalamos algunos.
El primero es llegar a entendernos sobre lo que queremos decir con esta expresión (cada vez es más difícil comunicarnos, sin explicar lo que queremos decir con determinadas palabras). Hemos venido explicando lo que entendemos por «amor» y «amor resucitado»: hemos utilizado no pocas páginas, y aún nos harían falta muchas más. Pero ahora tenemos otra palabra que necesitaría también bastantes explicaciones. ¿Qué quiere decir «felicidad»?
Hablando un día con un grupo de jóvenes, que iban a recibir el sacramento de la confirmación, se planteó la cuestión del gran número de compañeros que no creen o que, aun creyendo, no quieren ningún compromiso con el grupo o la parroquia… ¿Por qué? Uno de los jóvenes respondió: «La mayoría piensa que eso de la Iglesia es muy aburrido: no se imaginan que aquí nos lo podemos pasar bien… Nosotros estamos aquí porque nos gusta…». Naturalmente, no podemos sacar muchas conclusiones de una manera de hablar propia de los jóvenes, pero no deja de ser sintomático el lenguaje. Oyéndolo, uno piensa que la medida del valor de una opción determinada, de un lugar, de un grupo, de una institución… es que facilite el «pasárselo bien». Así, un adolescente tiene delante un panorama de ofertas de «pasarlo bien» y no debe hacer otra cosa que elegir la que le resulte más atractiva. Una situación tan asumida, incluso dentro de la Iglesia, que mucha gente acusa a los agentes de pastoral de no hacer a los jóvenes una oferta tan atractiva o más que las que les vienen de otras instancias…
Este planteamiento esconde una verdadera trampa. Nuestra «oferta», ¿es «pasarlo bien»? Naturalmente, sabemos que los jóvenes no son conscientes de lo que quieren decir con esta expresión. Ni siquiera pueden sospechar que hay grados y maneras de alegría. Menos aún podrían describir la felicidad
a la que aspiran. Sin embargo nosotros sí lo sabemos, al menos tenemos la obligación de saberlo. Más aún, estamos comprometidos en la tarea de saberlo comunicar. Ahora bien, ¿cómo comunicar la felicidad de amar si no hemos hecho camino en el amor resucitado?
—La felicidad es un descubrimiento al final del camino del amor.
—Mientras caminamos entre lágrimas, de vez en cuando disfrutamos de pequeños anticipos de verdadera alegría.
—Son hitos, verdaderos frutos maduros de actos y gestos de amor, que, como signos brillantes, nos acreditan el acierto en la ruta.
Jesús lo explicó con una imagen genial. Nuestro sufrimiento presente es semejante a los dolores de la mujer que va a dar a luz: «en cuanto la criatura ha nacido, ya no se acuerda más del sufrimiento, jubilosa como está porque en el mundo ha nacido un nuevo ser… (Entonces) vuestra alegría nadie no os la quitará» (Jn 16,21-23). Y Él nos permitirá añadir: «El parto, ¿no es talmente la culminación de un proceso de amor?»
