CAMINEO.INFO.- Para muchos llegar a creer es algo así como alcanzar la cima de una montaña después de una esforzada subida; o como lograr llegar a la meta en una carrera de obstáculos, salvados gracias al empeño, la fuerza personal y la constancia; o como la victoria obtenida tras una dura lucha… Y hay que reconocer que en muchos casos en el camino hacia la fe hay subida esforzada, empeño y constancia, lucha interior y exterior. Eso es así porque el camino hacia la fe requiere esencialmente la tensión de la búsqueda.
Igualmente muchas veces se ha entendido el sacerdocio (o cualquier otro “status” en la Iglesia) como un logro, incluso como una dignidad “alcanzada” gracias a determinadas cualidades y ciertos méritos. Así, hablando de la biografía de un sacerdote, solemos decir: “alcanzó la dignidad sacerdotal”, “logró el cargo de…” Y a veces hemos escuchado a alguien, que deseaba ser sacerdote, decir que tenía derecho a ser ordenado. Es verdad que todo ministerio en la Iglesia requiere determinadas aptitudes y una preparación específica. Aptitudes que no coinciden exactamente con “los méritos” de una vida santa, aunque ésta se la haya de pedir a todo ministro de la Iglesia.
Sin embargo, nos equivocaríamos si la fe o el sacerdocio se entendieran así. Sería un error contrario al Evangelio mismo. Porque tanto la fe, como el ministerio no son sino “respuesta a una llamada”. Somos llamados a creer y somos llamados a servir, mucho antes e independientemente, de nuestra búsqueda o nuestro esfuerzo por conseguirlo. Ésta es la explicación de las expresiones que utiliza San Pablo, por ejemplo, al comienzo de su Carta a los Romanos:
“Pablo, siervo de Cristo Jesús, llamado a ser apóstol, escogido para el Evangelio de Dios... Por Él (Jesucristo nuestro Señor) hemos recibido la gracia del apostolado, para suscitar la obediencia de la fe entre todos los gentiles... Entre ellos os encontráis también vosotros, llamados de Jesucristo. A todos, amados de Dios, llamados a ser santos, gracia y paz” (Rm 1,1-7)
Tres llamadas (¿o una en tres veces, tres modos, tres lenguajes?): al apostolado, a la fe y a la santidad. Estas expresiones dan a entender que para el apóstol aplicar el lenguaje de “la llamada” a toda la vida del cristiano y del ministro era algo natural. Y la razón de esto es que la vocación forma parte esencial de la fe y del apostolado.
Podemos extraer muchas consecuencias de ello. Señalemos algunas:
- Antes que nos interesemos, intentemos creer, o nos ofrezcamos con toda generosidad para ser sacerdote, el Señor se ha interesado por nosotros y por el pueblo que necesita ser servido.
- El centro, el peso, el valor del acontecimiento de la fe o del servicio sacerdotal está en Él, no en nosotros.
- El problema del ateísmo o del agnosticismo, así como el problema de la falta de vocaciones, básicamente es problema “de oído”.
Porque Él tiene la iniciativa, ya que Él nos ha amado primero. La fe y la vocación sacerdotal son sólo respuesta. Por cierto, respuesta igualmente de amor, si bien de un amor que no resiste ser comparado con aquél que sazonaba su llamada.