CAMINEO.INFO.- La globalización es hoy un fenómeno verdaderamente universal. Los medios de comunicación de todo tipo han acortado las distancias y cada vez se nos impone más el hecho de que, como ha dicho un teórico de la comunicación, la tierra entera se ha convertido en una aldea global.
Este hecho puede tener consecuencias positivas, como el mayor conocimiento entre los pueblos y el acercamiento entre ellos, pero también puede tener un efecto negativo: el que podríamos calificar como la colonización cultural, la nivelización de las tradiciones y las identidades de los pueblos. Por eso, me parece que no velar por las propias tradiciones y renunciar a vivirlas —como expresión que son de la propia identidad de un pueblo— supondría una actitud suicida. Por ello, creo que es necesario pedir que hagamos todos un esfuerzo por mantener bien vivas nuestras tradiciones en todo lo que tienen de bueno, de bello y de humano.
Al hablar de tradiciones podemos decir que hablamos también de cultura. Y viene a mi memoria aquel memorable discurso de Juan Pablo II ante la UNESCO en el que afirmó que la cultura es una expresión privilegiada de la soberanía de cada pueblo y que la dimensión cultural adquiere una importancia particular como punto de fuerza para resistir ante los actos de agresión o de dominio que condicionan la libertad de un país: la cultura constituye la garantía de conservación de la identidad de un pueblo, expresa y promueve su soberanía espiritual.
Esta soberanía espiritual me parece que es como el corazón de la identidad cultural. En este sentido, no hemos de olvidar que Cataluña es un país de tradición y de raíces cristianas. Es muy cierto que la sociedad actual es cada vez más plural, en especial en el aspecto religioso, y también es cierto que en un mundo globalizado las informaciones llegan en tiempo real. Pero el reconocimiento de esta pluralidad no ha de significar el olvido o el abandono de nuestras raíces cristianas. Estas raíces dieron en el pasado buen fruto y pueden seguir dándolo en el presente y en el futuro. Los obispos catalanes reflexionaron sobre este y otros aspectos de nuestra vida colectiva en el documento titulado «Raíces cristianas de Cataluña» (1995).
En estos momentos, me parece que debiéramos valorar mucho más la dimensión religiosa de la cultura. Esta tarea es muy importante y urgente, ante la imposición de unos modelos de vida alejados de las raíces cristianas. No defiendo ningún tipo de limitación que pudiera ir contra la libertad personal y la libertad religiosa, pero sí que pido una propuesta de las tradiciones cristianas, sin complejos. Actualizándolas y mejorándolas, si es necesario. Se trata de mostrar, con el testimonio y con hechos, que nuestra tradición cristiana es generadora de una buena cualidad de vida, tanto a escala individual como a escala social. Dice el Evangelio que se conoce al árbol por sus frutos.
Creo que no es exagerado afirmar que si vamos perdiendo nuestras tradiciones, también nuestra identidad se irá diluyendo poco a poco. Sería una lástima que la fiesta de Todos los Santos y la conmemoración de nuestros fieles difuntos, con toda la implicación que contienen de comunión y esperanza en la vida eterna, acabaran desvirtuadas por un divertimento de tipo infantil como es Halloween, o que las celebraciones cristianas de Navidad y Pascua se conviertan simplemente en las vacaciones de invierno y de primavera.