CAMINEO.INFO.- El pasado 25 de julio se cumplieron los 25 años de mi ordenación sacerdotal. Por otra parte, el Santo Padre Benedicto XVI ha declarado un Año Sacerdotal para toda la Iglesia con ocasión del 150 aniversario de la muerte del santo cura de Ars, San Juan Maria Vianney. En este año 2009 celebramos también el centenario de la canonización de San José Oriol, el “Doctor pan y agua”, como le llamaba el pueblo cristiano, conocedor de su austeridad de vida, signo y expresión de su profunda espiritualidad, otro gran ejemplo sacerdotal muy cercano a nosotros.
Este será un año especial de gracia y bendición del Señor para la Iglesia y para los sacerdotes, particularmente. Un año de reflexión, de crecimiento, de contemplación de nuestra realidad de llamados, consagrados y enviados. Me parece una buena ocasión para dedicar una carta pastoral al tema del sacerdocio y poder compartir con vosotros recuerdos, vivencias, reflexiones de estos años, y también para poder aportar alguna orientación con respecto al ministerio sacerdotal y a la formación de los futuros sacerdotes. La carta lleva por título “La alegría del sacerdocio” y se hará pública coincidiendo con el inicio del próximo tiempo de Adviento.
El tiempo que nos toca vivir, en los albores del nuevo milenio, es un tiempo apasionante para vivir el sacerdocio. El sacerdocio, que es un don de Dios y es un misterio que nos supera. Hoy más que nunca es preciso que tengamos clara nuestra identidad sacerdotal, que vivamos nuestro sacerdocio con reciedumbre, y que demos testimonio ante nuestros contemporáneos de que somos hombres de Dios, testigos del Absoluto, que aman a la Iglesia, que se entregan hasta dar la vida por la salvación de los hombres. Maestros de oración que dan respuesta a los interrogantes cada vez más profundos que el hombre de hoy se plantea. Siempre inconformistas e insatisfechos, siempre aspirando a la santidad.
Aceptamos el reto que supone ser sacerdote aquí y ahora, con un mensaje evangelizador de propuesta y no de imposición, conscientes de que el Señor no vino para condenar al mundo sino para salvarlo. Por eso ejercemos nuestro ministerio procurando ser luz que ilumina, sal que da consistencia, fermento que hace crecer la masa, propiciando el encuentro de las personas con Jesucristo. Este ha de ser un año importante para todos los diocesanos, de una manera particular para nuestro presbiterio y para nuestro seminario. Un año de oración, de reflexión, de trabajo en la pastoral vocacional. El Señor quiere sin duda un crecimiento en la santificación de los que ya hemos consagrado nuestra vida a él en el sacerdocio y en los que se están preparando.
El Señor, estoy seguro, nos quiere bendecir con abundantes vocaciones. Más allá de las dificultades recordemos una vez más que la iniciativa es de Dios, y que como Iglesia diocesana, tenemos capacidad de suscitar, acompañar y ayudar a las personas a discernir en la respuesta. Pidamos al Señor que los jóvenes de nuestra diócesis estén abiertos al proyecto que Dios tiene para ellos y sean receptivos a su llamada. Y sobre todo, que sepamos ofrecer un testimonio de alegría en la vivencia de nuestro sacerdocio.
María, Fuente de Salud, Madre de los sacerdotes, estrella de la nueva evangelización es la Madre y maestra que nos guiará en el camino, ella será consuelo, esperanza y causa de nuestra alegría.