CAMINEO.INFO.- En la vigilia de la gran fiesta de Pascua, cuando las comunidades cristianas se reúnen en una larga ceremonia, que es como una noche de vela ante Cristo resucitado, hay un rito que es sumamente significativo. Las luces de la iglesia se apagan y en un lugar adecuado, fuera del templo, se enciende el fuego con el que se encenderá el cirio pascual, símbolo de Cristo. El sacerdote enciende el cirio pascual con el fuego nuevo, diciendo: «la luz de Cristo, que resucita glorioso, disipe las tinieblas del corazón y del espíritu». Y en la procesión hacia el interior de la iglesia, el sacerdote o el diácono que lleva el cirio pascual anuncia por tres veces a toda la comunidad: «Luz de Cristo». Y todos responden: «Demos gracias a Dios».
He recordado este rito al ponerme a escribir este comentario sobre la jornada del Domingo de las Misiones, o DOMUND, que este año tiene como lema: «La Palabra, luz para los pueblos». La Palabra es el nombre que el Evangelio según San Juan, en su bello y profundo prólogo, da al mismo Jesucristo: «En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios» (Jn 1,1).
La misión nace de una experiencia y de un encuentro con Jesucristo y siempre requiere, de quien es testigo y mensajero del Evangelio, haber vivido la experiencia de un encuentro y una amistad profunda con Aquel al que se va a anunciar: Jesucristo. La misión tiene como base el encuentro, y si éste se da, ni siquiera se requiere hablar, porque el testimonio es ya anuncio y proclamación, con obras, de Aquel en quien creemos.
Por esto, los misioneros y misioneras, con obras y palabras, son los mejores testigos de Cristo en la Iglesia y en el mundo de hoy. El domingo de las misiones se celebra este año el 18 de octubre. Y un día antes, el día 17, —por iniciativa de la ONU— es el Día Internacional para la Erradicación de la Pobreza. Me parece que la proximidad de estas dos celebraciones —el DOMUND y la Jornada de la ONU— encierra un mensaje para los cristianos. Nuestros misioneros y misioneras, impulsados por su encuentro con la Persona de Jesucristo, lo dan todo para llevar su luz a todos los pueblos, preferentemente a los más pobres. Al mismo tiempo que comunican el Evangelio de Jesucristo trabajan para crear unas condiciones de vida más humana para las personas y los pueblos.
Ellos y ellas son un ejemplo de coherencia con la fe, de generosidad y también de eficacia. Realizan una obra inmensa de evangelización y de humanización, que llevan a cabo junto con muchas otras personas de buena voluntad a fin de que la Palabra —es decir, Jesucristo— sea «luz para los pueblos». El Concilio Vaticano II inició su documento principal, la constitución sobre la Iglesia —titulada con las palabras latinas «Lumen gentium»— con esta bellísima afirmación: «Cristo es la luz de los pueblos».
En este DOMUND pido la solidaridad de nuestros cristianos para con los misioneros y misioneras. Solidaridad espiritual de plegaria y solidaridad material de ayuda, en la medida de lo que cada uno pueda. En su mensaje para esta jornada, Benedicto XVI lo pide con estas palabras: «Invito a todos a dar un signo creíble de comunión entre las Iglesias con una ayuda económica, especialmente en la fase de crisis que está atravesando la humanidad, para colocar a las Iglesias locales en condición de iluminar a las gentes con el Evangelio de la caridad».
Y el Papa concluye su mensaje poniendo toda la acción misionera bajo la guía de Santa María, la que ha dado Cristo al mundo, a la que invoca con un título para mí muy querido: la Estrella de la Nueva Evangelización. Que ella guíe, proteja y consuele a nuestros misioneros y misioneras.