CAMINEO.INFO.- El domingo 11 de octubre tendrá lugar, en Roma, una ceremonia de canonización presidida por el Papa en la que serán propuestos como modelos a los católicos de todo el mundo cuatro nuevos santos: Juana Jugan, fundadora de las Hermanitas de los Pobres; el religioso padre Damián de Veuster, conocido como el misionero de Molokai, famoso por su labor entre los enfermos de lepra; el catalán padre Francesc Coll, fundador de las Hermanas Dominicas de la Anunciata, y Rafael Arnáiz, más conocido como “el hermano Rafael.
En este escrito me voy a referir sólo a éste último. Si se me permite un recuerdo personal diré que cuando tenía sólo 18 años leí los escritos del “hermano Rafael” y quedé profundamente impresionado por su testimonio de fe. Digamos, de entrada, que el hermano Rafael es uno de los autores de escritos espirituales y místicos más profundo del pasado siglo en nuestro país. No me parece exagerado decir que cabe situar su figura y su obra en la línea de nuestros grandes místicos del siglo XVI, como Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz.
Su condición de místico queda reflejada en una de sus frases: “Quisiera ser santo y que no lo supiera nadie”. Santa Teresa de Jesús vivió aquel famoso “sólo Dios basta”. El hermano Rafael centrará su ideal en las palabras: “Sólo Dios”, expresión de su vocación mística, testimonio de quien ha jugado su vida a una sola carta: sólo Dios. Y esta radicalidad quedó expresada en su elección: sería monje trapense. Es sabido que la Trapa es una rama de la Orden del Císter que se caracteriza por el rigor y la gran austeridad de la vida monástica.
Rafael Arnáiz no tuvo precisamente una vida fácil. Nació el 9 de abril de 1911 en Burgos y murió a los 27 años, el 26 de abril de 1938 en su querido monasterio de San Isidro de Dueñas, víctima de una dolorosa enfermedad. Educado en una familia acomodada y profundamente cristiana, Rafael estudió Arquitectura en Madrid. Tenía un temperamento artístico notable y era muy aficionado a la fotografía. Pero en su vida se impuso sobre todo la llamada de Cristo y no dudó en dejarlo todo.
En 1934 ingresó en el monasterio trapense de San Isidro de Dueñas, en la diócesis de Palencia, con ánimo de consagrarse a Dios. Pero allí le esperaba la gran cruz de su vida. Al poco tiempo de haber ingresado contrajo una diabetes sacarina, lo que interrumpió sus estudios y le obligó a exclaustrarse por tres veces. No pudo llegar a ser ordenado sacerdote y quiso quedarse en la condición de hermano, por esto es llamado con toda razón “el hermano Rafael”, porque asumió quedarse en la condición de lego. Él quería desaparecer ante el mundo y ser sólo para Dios.
Es conocida la afirmación del gran teólogo Karl Rahner según la cual los cristianos del futuro o serán místicos o no serán. La condición de místico radica sobre todo en una experiencia íntima, profunda y sumamente auténtica del misterio de Dios y de su amor, que es su naturaleza más íntima y que, de tan pleno, fluye hacia todas las criaturas. Los místicos son los grandes testigos de la fe. Juan Pablo II propuso a este joven monje trapense como modelo de vida cristiana a los jóvenes en la Jornada Mundial de la Juventud, de Santiago de Compostela (1989). Ya se piensa en proponer también su vida y su testimonio con motivo de la próxima Jornada Mundial de la Juventud de Madrid (2011). Y me parece que le podemos encomendar ya los frutos del X Aplec de l’Esperit, organizado por la juventud cristiana de las diócesis catalanas y que, Dios mediante, celebraremos por vez primera en nuestra ciudad de Terrassa, el 22 de mayo de 2010.