CAMINEO.INFO.- La publicación de la tercera encíclica de Benedicto XVI, el pasado 7 de julio, tuvo un eco notablemente favorable. Es justo alegrarse por este hecho, ya que no es frecuente que una intervención magisterial de la Iglesia tenga una acogida tan positiva. Por otra parte, resulta lógico debido a que ofrece un análisis lúcido de la situación actual y una serie de propuestas para el futuro. En los tiempos que corren se reconoce y se agradece que alguien levante la voz desde la verdad, aunque a veces las verdades puedan resultar incómodas. A la vez, es muy importante tener presente que esta encíclica no debe ser leída en clave económica y menos aún en clave política; se ha de leer como lo que es, un documento magisterial.
Con su encíclica Caritas in veritate, Benedicto XVI – el Papa teólogo- entra de lleno en una materia especialmente delicada: la doctrina social de la Iglesia. Este corpus doctrinal fue inaugurado por León XIII con su Rerum Novarum y ha sido continuado por los últimos Pontífices y por los documentos del Concilio Vaticano II, en especial en la constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo de hoy titulada Gaudium et Spes. Juan XXIII hizo una aportación sustancial con su Pacem in Terris, y Pablo VI hizo lo mismo con su Populorum Progressio, hace ahora 40 años. Sin olvidar las diversas encíclicas sociales de Juan Pablo II en su largo pontificado cercano a los 30 años, en especial con el texto de la Sollicitudo Rei Socialis.
Caritas in veritate es la respuesta actualizada a la situación de hoy. La afirmación nuclear de esta encíclica es que la organización de la sociedad mundial no puede hacerse sin colocar al hombre en su centro y, sobre todo, sin contar con un Dios, que es Amor generoso y gratuito, que quiere el bien del hombre y le señala el camino de su realización integral. “La gloria de Dios es el hombre viviente”, escribió un gran teólogo de los inicios del cristianismo, San Ireneo de Lyon.
La propuesta de Benedicto XVI es aprender de las lecciones del siglo XX sobre las malas consecuencias del colectivismo y del capitalismo salvaje y retornar a la política económica su necesaria base ética. El anclaje último en Dios es lo que sostiene toda la encíclica. Esta es la aportación del Papa que ha sido un teólogo y maestro de teología.
Además de esta centralidad de Dios, el texto de Benedicto XVI tiene un contenido profundamente humano, y a la vez tiene un tono radical y exigente. “La crisis –dice- obliga a adoptar nuevos estilos de vida”. El Papa aboga para que las personas ocupen la centralidad de la economía; reclama que las finanzas vuelvan a ponerse al servicio del desarrollo integral de la persona, e insiste en que los beneficios económicos no pueden desvincularse de las exigencias éticas.
“La sociedad cada vez más globalizada nos hace más próximos, pero no nos hace más hermanos”, asevera el Papa que, como buen discípulo de San Agustín, no se engaña sobre las capacidades muy limitadas del hombre, en el campo de la justicia y del amor, sin la ayuda de la gracia de Dios. Un mundo sin Dios sólo puede ser un mundo que, a la larga, se convierte en un mundo contra el mismo hombre.
La Iglesia, dice el Papa, no tiene soluciones técnicas que ofrecer y no pretende de ninguna manera, mezclarse en la política de los Estados. No obstante, tiene una misión de verdad que cumplir en todo tiempo y circunstancia a favor de una sociedad a la medida del hombre, de su dignidad, de su libertad y de su desarrollo integral.