Este segundo domingo de Pascua, en del calendario cristiano, es también llamado “de la Divina Misericordia”. Nuestra memoria, en este día, se dirige hacia la figura del beato Juan Pablo II, que fue un gran apóstol de la misericordia de Dios. A esta cuestión dedicó una de sus encíclicas –la segunda, publicada el año 1980- titulada precisamente “Rico en misericordia”, en cuyo centro situó un bellísimo comentario de la “parábola del hijo pródigo”, en la que el protagonista, en verdad, no es tanto el hijo, sino el padre. Es decir, Dios Padre. Y el Papa Juan Pablo II murió en la tarde del sábado 2 de abril de 2005, vigilia del segundo domingo de Pascua y de la Divina Misericordia.
En Dicha encíclica encontramos un análisis excepcional del significado de la misericordia de Dios y de su manifestación en el misterio pascual de Jesucristo que estamos celebrando en este tiempo litúrgico.”En su resurrección –escribía el Papa- Jesucristo nos ha revelado el Dios del amor misericordioso, precisamente porque ha aceptado la cruz como camino hacia la resurrección. Por esto –cuando recordamos la cruz de Cristo, su pasión y su muerte – nuestra fe y nuestra esperanza se centran en el Resucitado… Éste es el Hijo de Dios que en su resurrección ha experimentado de una manera más radical en sí mismo, la misericordia, es decir, el amor del Padre que es más fuerte que la muerte” (Dives in misericordia, 8).
Las apariciones de Jesús resucitado a los discípulos, que estos domingos están en el corazón de la liturgia, llevan siempre una referencia al perdón por la fuerza del Espíritu Santo. El perdón y el don del Espíritu van unidos como un mismo don, y con razón pueden ser llamados “don pascual”, pues son el fruto de la Pascua de Jesucristo.
La misión de la Iglesia, conducida por el Espíritu Santo, está al servicio de este perdón. Y por esto –pasando a una aplicación social- el Papa escribía en la encíclica que he citado: “El mundo de los hombres puede hacerse cada vez más humano sólo si en todas las relaciones recíprocas que configuran su rostro moral introducimos el momento del perdón, que es tan esencial en el Evangelio” (DIM, 14).
El perdón tiene una gran importancia en las relaciones humanas, y a todos los niveles. El perdón favorece también la realización de la justicia. Por este motivo, Santo Tomás de Aquino enseña que Dios es la suprema justicia y, a la vez, la suprema misericordia.
En esta Pascua de 2013 tenemos en la Iglesia un nuevo Romano Pontífice, el Papa Francisco. Es un signo más de que Cristo nos acompaña siempre con su bondad, que Cristo acompaña siempre a la Iglesia en su marcha a través de la historia. A veces nos falta sensibilidad para detectar esta presencia. El tiempo pascual nos invita a reavivar la fe en ella. Y a hacerlo gozosamente. Este domingo estamos llamados a vivir el gozo de que la Iglesia es una realidad viva. Estamos llamados a rezar, con gran esperanza, la oración de la misa, que reza así: “Dios de misericordia infinita, que reanimas la fe de tu pueblo con la celebración anual de las fiestas pascuales, acrecienta en nosotros los dones de tu gracia, para que comprendamos mejor que el bautismo nos ha purificado, que el Espíritu nos ha hecho renacer y que la sangre de Cristo nos ha redimido”.