En este segundo domingo de febrero se celebra cada año la jornada central de la Campaña Mundial contra el Hambre, que lleva a cabo Manos Unidas. Esta ONG católica lleva más de medio siglo promoviendo proyectos de desarrollo en los países más pobres de África, América, Asia y Oceanía. El año 2010 fue distinguida con el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia.
Manos Unidas nació como la iniciativa de un conjunto de mujeres de Acción Católica que decidieron luchar contra el hambre. Este año la campaña tiene un lema muy relacionado con la mujer: “No hay justicia sin igualdad”. En el cartel de la campaña puede verse a una mujer africana que sostiene una gran balanza en cuyos dos platillos se pueden leer ambas partes del lema.
La igualdad reclamada se refiere en especial a las mujeres del continente africano, con frecuencia marginadas y no tenidas en cuenta en las decisiones sobre la vida de las comunidades. Sin embargo, la experiencia de Manos Unidas –experiencia que tiene más de medio siglo de vida- es que la mujer africana, si puede formarse, es un gran factor de desarrollo comunitario.
Así lo he visto expresado en el testimonio de Maru Solís, una misionera comboniana nacida en México y que desarrolla su actividad, con otras tres misioneras de la misma congregación, en el vicariato de Nemite, en Etiopía. “Nuestra tarea, desde hace muchos años –escribe en el Boletín de Manos Unidas de enero y febrero- se dirige principalmente hacia las mujeres que son el colectivo más olvidado. Hemos conseguido que, en muchas tribus, sean ellas mismas las que piden actuaciones y programas que les ayuden a su mejoría humana social y espiritual”.
Se trata de cursos de formación básica en tareas domésticas, agrícolas y también cursos de cultura general. “Es fácil que las mujeres se interesen por estos cursos, pero es más difícil que asistan los hombres”. Las misioneras no se desaniman y, además de los cursos sólo para mujeres, organizan otros en los que piden que cada mujer asista acompañada de su marido o de oro hombre de la familia. “Así conseguimos –añade- que todos sean responsables de su desarrollo”. Con este trabajo han logrado llegar, de manera directa, a 535 familias de seis aldeas diferentes. “En total –explica la misionera- tenemos 21 grupos de formación, a los cuales también asisten las autoridades locales”. Las misioneras se esfuerzan en hacer surgir líderes locales. Muchas veces, son las mujeres quienes toman las riendas de los proyectos de desarrollo.
Y para concluir, una nota negativa respecto de la mujer en aquella zona. Oigamos a la misionera: “Con respecto a las mujeres, aunque sus padres les dan permiso para estudiar, sin embargo la educación secundaria les queda muy lejos, porque no les dan permiso para ir a la escuela, que queda alejada de sus aldeas, porque existe el peligro terrible de ser raptadas y entregadas a las redes de prostitución”. A pesar de esta y otras dificultades, la valerosa misionera confiesa lo que sigue: “Pero no nos damos por vencidas, porque contamos con el apoyo de muchas personas y, sobre todo, con la ayuda de Dios”.A obras como ésta van las ayudas que Manos Unidas solicita de nosotros estos días.