En el cuarto domingo de Pascua, llamado también del Buen Pastor, la espiritualidad de este tiempo litúrgico alcanza una verdadera cumbre que puede resumirse en las palabras de un salmo muy divulgado. «El Señor es mi pastor, nada me falta.»
La Iglesia primitiva tenía una conciencia muy clara de que Jesucristo —y sólo Él— es el único pastor, el «Buen Pastor» de la Iglesia, de cada comunidad, de cada cristiano. El ministerio de aquellos a quienes se ha confiado el servicio de presidir y dirigir las comunidades ha de procurar «no ocultar» la presencia del único y verdadero pastor.
Así lo corroboran, entre muchos otros, dos grandes testigos del cristianismo primitivo. Uno es san Ignacio de Antioquía, mártir de Cristo en Roma el año 107. En la carta que escribe a los cristianos de Roma antes de llegar a la ciudad para dar en ella su vida por Cristo, les dice: «Acordaos en vuestras oraciones de la Iglesia que está en Siria, la cual, en lugar de mí, tiene a Dios por pastor. Jesucristo sólo y vuestro amor serán su obispo.»
El otro testimonio es de san Fructuoso, el cual, camino del anfiteatro de Tarragona, donde fue condenado a morir por el fuego junto con sus dos diáconos Augurio y Eulogio en el año 259 —son, de hecho, los mártires más antiguos de la Hispania romana de cuyo martirio tenemos constancia fidedigna— dijo lo siguiente a los cristianos: «No os faltará nunca pastor. Porque nunca podrán fallar el amor y la promesa del Señor, ni en este mundo ni en el otro, porque esto que ahora veis es breve, como el sufrimiento de una hora.»
Permitidme que, como obispo vuestro, os confieso que deseo compartir la plena confianza en Dios de nuestro protomártir tarraconense en estos momentos de escasez de vocaciones al ministerio sagrado entre nosotros. Y aún cabe referirse a unas palabras del profeta Jeremías que el beato Juan Pablo II puso como título de su exhortación apostólica sobre las vocaciones en la Iglesia: «Os daré pastores según mi corazón» (Jr 3,15).
En este domingo del Buen Pastor, la Iglesia celebra la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, tanto sacerdotales como religiosas. En el mensaje que ha publicado con ocasión de esta jornada, Benedicto XVI glosa el tema de las vocaciones en la Iglesia como un don de la caridad de Dios. Y hace una petición muy concreta a quienes trabajamos en la Iglesia, a los obispos, sacerdotes, diáconos, religiosos y religiosas, catequistas, colaboradores de las tareas eclesiales y a todos los que trabajan en la educación de las nuevas generaciones. La petición del papa es esta: «Os exhorto con viva solicitud a prestar atención a todos aquellos en quienes, en las comunidades parroquiales, las asociaciones y los movimientos, se advierta la manifestación de los signos de una llamada al sacerdocio o a una especial consagración. Es importante que se creen en la Iglesia las condiciones favorables para que puedan aflorar tantos síes, en respuesta generosa a la llamada del amor de Dios.»
Hemos de ser conscientes de la importancia de la pastoral vocacional y trabajar a fondo en ella, y el Señor bendecirá nuestros esfuerzos. Confiamos mucho en las familias cristianas, porque ellas son como el primer seminario y el primer noviciado en el que las nuevas generaciones pueden descubrir la belleza y la importancia del sacerdocio y de la vida consagrada a Dios.