CAMINEO.INFO.- La persona y el grupo están inevitable y felizmente tan relacionados que todo hombre está subordinado a la sociedad en la que vive, y toda sociedad sólo alcanza su fin cuando sirve al hombre. Jacques Maritain distinguió cuatro caracteres de una sociedad de personas libres. Primera: la personalista, ya que la dignidad de cada uno es anterior a la sociedad, y no es ella la que se la concede sino que la tiene por nacimiento. Segunda: la comunitaria; porque todo hombre tiende naturalmente a la comunión con otros. Tercera: el pluralismo, que determina que las personas se asocian según ámbitos o preferencias. Y cuarta: es la concepción teísta o cristiana, no en el sentido que exija a cada uno de sus miembros creer en Dios, sino en el de reconocer que hay un principio de ley natural que sobrepasa a la voluntad de las personas, aunque no coarta su libertad.
Esa dimensión religiosa no es un añadido artificial, como si los creyentes se permitieran hacer una trampa a la descripción de la naturaleza humana. Por el contrario, es la explicación más honda, incluso podría decirse más racional, al sentido de la existencia. Esto no significa que los cristianos no admiren y puedan colaborar estrechamente con personas que no tienen fe, si creen igualmente en la libertad, la justicia y el amor al prójimo. Pero este respeto y estimación de los no creyentes, no debe llevar a abjurar de las creencias que han configurado nuestra vida y, probablemente, la de nuestros antepasados.
El pensador alemán Romano Guardini se refería a un tema tan actual como la descristianización de algunas naciones diciendo “…si el mundo ha de seguir necesitando a Europa, ésta tiene que continuar siendo aquella magnitud histórica determinada por la figura de Cristo. Si pierde este elemento esencial, lo que de ella pueda quedar importará ya poco”.
En efecto, una sociedad de personas libres no se conseguirá por un aglutinamiento de egoísmos, sino por la actuación de quienes se sienten movidos a respetar y ayudar al otro porque lo consideran un hermano y lo hacen bajo una ley superior que no depende de lo que las personas inventen en cada momento.
En este sentido, el Catecismo de la Iglesia Católica, en el punto 1.901, dice que “la determinación del régimen y designación de los gobernantes han de dejarse a la libre voluntad de los ciudadanos”, añadiendo en el punto siguiente que “la autoridad no saca de sí misma su legitimidad moral”, que sólo tendrá si se ejerce legítimamente y busca el bien comú. La democracia es un bien que no asusta a la Iglesia; lo que le asustaría sería su abuso.
