CAMINEO.INFO.- Terminado el tiempo de Pascua cada año retomamos el tiempo llamado "ordinario" con la solemnidad de la Santísima Trinidad. Como ese misterio es el más grande de nuestra fe y nos ilumina sobre la esencia de Dios, a la que se llega con la contemplación más que con la razón, la Iglesia dedica cada año esa jornada a los religiosos contemplativos y la llama día "pro orantibus", por quienes están siempre en oración.
Ahora bien, no pensemos que este gran misterio —la trinidad de personas en Dios, en una perfecta unidad— tenga que ser algo extraño a los fieles corrientes; al contrario, se trata del núcleo más profundo de nuestra fe ya que se refiere a cómo es Dios en sí mismo: aunque no podamos aclarar del todo el misterio, eso no quiere decir que no podamos entender algunos detalles y que no pueda ejercer una influencia decisiva en nuestra vida.
Si recordáis la Capilla Sixtina en el Vaticano, os vendrá a la memoria como Miguel Ángel Buonarotti pintó en la bóveda de la capilla a Dios abrazado a una figura juvenil —la Sabiduría— mientras crea al hombre tocando con el dedo la punta del dedo de Adán. Jesucristo, Sabiduría de Dios, existe desde siempre junto con Dios Padre y todo ha sido creado en Él y para Él. Al mismo tiempo, el amor de Padre e Hijo es tan grande —no podría ser de otra manera ya que Dios mismo es Amor— que este amor mutuo se personaliza en el Espíritu Santo, que procede del Padre y del Hijo. ¿Nos debe de extrañar esto si de hecho en el amor humano sucede algo parecido? El amor de los esposos es tan grande que ese amor se hace presente, se personaliza, en los hijos.
La corriente de amor intratrinitaria debe inspirar todas las relaciones humanas. Las relaciones "en Dios", entre las divinas personas, son de amor, donación y entrega. Nuestras relaciones interpersonales, incluso con aquellos que no son estrictamente de nuestra familia, también deben ser amorosas; así nuestra conducta será verdaderamente humana y digna y haremos patente que todos, también los que nos son más alejados, pertenecemos a la única familia humana.
Dios no está solo, no es un Dios solitario ocupado en sus cosas y desentendido de lo que en algún momento de la historia creó; podríamos decir que Dios vive "en familia", trinitariamente, y esto nos hace entender un poco más que las familias de los hombres no son meras estructuraciones para poder sobrevivir unos años, sino una auténtica plasmación del plan de Dios que es a la vez eterno y salvífico, el lugar más adecuado para el desarrollo de la persona.
Me encomiendo a las oraciones de las comunidades contemplativas de nuestro arzobispado a las que ruego que recen por todos los fieles de la archidiócesis tarraconense, por nuestra sociedad, por todas las necesidades en estos tiempos de crisis. Y a Dios, Uno y Trino, elevamos todos nuestra oración para que nunca falten vocaciones contemplativas que hagan de su vida una entrega completa a Dios y sean puntos de luz en nuestro firmamento.
