CAMINEO.INFO.- Cuando nos dejamos guiar por la razón y actuamos buscando el bien, desarrollamos unos hábitos o virtudes que nos ayudan en nuestra vida y la hacen agradable a los demás. Podríamos decir que son fruto de nuestro esfuerzo, aunque todo, comenzando por la vida, proviene de Dios. Pero la Iglesia distingue también unos empujones de la gracia que vienen más directamente de arriba, del Espíritu Santo, y los llama “dones”. El Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica se refiere a ellos, una vez consideradas las virtudes teologales.
No se distinguen mucho de las virtudes porque también se asientan en nosotros y, aunque los teólogos hacen frecuentes distinciones, si en algo podemos reconocerlos es en que son algo gratuito que se nos entrega, como un impulso para hacer el bien del que seríamos incapaces por nuestras propias fuerzas.
Isaías, que vivió entre los siglos VIII y VII antes de Cristo, el primero de los profetas mayores, menciona seis dones en un célebre texto mesiánico (Is 11,1-3): “Saldrá un vástago del tronco de Jesé, y un retoño de sus raíces brotará. Reposará sobre él el espíritu de Yahveh: espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y temor de Yahveh”. Se refiere propiamente al Mesías, pero puede aplicarse también a los fieles de Cristo en virtud del principio universal de la economía de la gracia que enuncia San Pablo cuando dice: "Porque a los que conoció de antemano, a ésos los predestinó a ser conformes con la imagen de su Hijo" (Rom 8:29).
Si nos fijamos bien, el profeta anuncia seis dones que adornarán a Jesús: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia y temor de Dios. Faltaría uno en la lista que suele manejar la Iglesia cuando habla de los siete dones del Espíritu Santo: el de la piedad. San Pablo, refiriéndose a este don escribe a los Romanos: "No habéis recibido el espíritu de siervos para recaer en el temor, antes habéis recibido el espíritu de adopción, por el que clamamos: ¡Abba, Padre! El Espíritu mismo da testimonio de que somos hijos de Dios" (Rom 8:14-17).
Hemos de tener devoción al Espíritu Santo. ¡Lo necesitamos tanto! A lo largo del día hemos de adoptar continuas decisiones y muchas requieren sabiduría, inteligencia, ciencia, incluso fortaleza, porque vemos qué hemos de hacer pero no tenemos ganas. Con frecuencia, quizá, se nos pide consejo y ¿qué mejor que pedir entonces a Dios que hable por nuestra boca?
El don de la piedad, que nos permite llamarle Padre, es todo un descubrimiento. Jesús nos revela el amor de Dios. Este don es el resumen de todos: la ciencia del amor, la fortaleza del que ama, el consejo de quien bien quiere al otro, todo está impregnado de esta caridad que debe ser el distintivo de los discípulos de Cristo. Que el Espíritu Santo nos ayude a mantenerlo y acrecentarlo.