CAMINEO.INFO.- Una forma de introducir el tema al que deseo referirme, la virtud tan necesaria de la fortaleza, podría ser recordar el caso de Helen Keller (1880-1968), una mujer que apenas nacida queda ciega y sordomuda de por vida. Ayudada por su famosa maestra Anne Sullivan y el método Braille, consigue aprender a leer y a escribir y —a base de esfuerzos agotadores— a hacerse entender. Ingresa en la Universidad, aprueba con nota inglés y alemán, latín, griego y matemáticas. Por lo demás, no desdeña jugar al ajedrez y a las damas, nadar o montar a caballo.
Es un ejemplo formidable de tesón, tanto por parte de la discípula como por la de su profesora. Esto es la fortaleza: fijarse objetivos ambiciosos, luchar sin temor por ellos venciendo los obstáculos que se interponen. En el plano espiritual, es la resolución de resistir las tentaciones y de superar los obstáculos en la vida moral.
Vencer el miedo es la primera condición. Sabedor de ello, Juan Pablo II, con la energía que le caracterizaba en sus años jóvenes, inició su pontificado gritando: “¡No tengáis miedo!”. Era una llamada a una sociedad a veces acomodaticia, a jóvenes sin ideales, herederos de una mentalidad en la que no cuenta el esfuerzo.
El mismo Papa ponía como ejemplo de fortaleza a su patrono, San Carlos Borromeo, que no huyó de Milán, sino que siguió prestando su servicio cuando la ciudad fue asolada por la peste. Citaba como modelos de fortaleza a los primeros hombres que subieron al Everest, y a los que pusieron pie en la Luna, pero también a personas que el mundo consideraría más “vulgares”, como la madre de familia ya numerosa, que acepta un nuevo hijo resistiendo los consejos de eliminar aquella vida humana.
Jaume Balmes decía que una auténtica personalidad debe tener la cabeza de hielo y el corazón de fuego, en referencia a la frialdad con que ha de enjuiciar los hechos y al apasionamiento con que debe abordarlos, pero añadía: y brazos de hierro. En efecto, no basta con tener ideas brillantes, o unos magníficos deseos y sentimientos, hay que pasar a la acción, hay que arremangarse. El mundo está lleno de personas que dan consejos, como mirones de partida de ajedrez, pero lo que cuenta es, al fin y al cabo, quien mueve las piezas, quien decide y ejecuta.
Hace ya años se acuñó una expresión moderna que enlazaba con el estoicismo de los antiguos filósofos, pero vaciado de todo interés por el pensamiento: el pasotismo. Es una enfermedad social y seguramente personal. Hemos de tener claro qué hacemos en la vida, qué esperan los demás de nosotros. El trabajo tiene entonces un sentido, da gloria a Dios y arrimamos el hombro para hacer un mundo mejor, más humano, más feliz.