CAMINEO.INFO.- Este año es inevitable relacionar la tradicional celebración en enero del Octavario para la Unidad de los Cristianos con las noticias sobre la acogida prestada por la Iglesia Católica a sectores críticos de la Iglesia Anglicana. Un observador superficial de los acontecimientos podría preguntar: ¿Este es el tipo de unidad de los cristianos que quiere la Iglesia Católica? ¿Lo que en términos de economía podría llamarse una “absorción”?
Enseguida trataré de comentar qué queremos decir cuando hablamos de “unidad de los cristianos”, pero antes me permitiré responder a la hipotética cuestión anterior señalando que aquí no se ha producido una especie de absorción doctrinal, ni una conquista de voluntades, sino una apertura de las puertas de la Iglesia Católica a personas que libremente, por motivos de conciencia, llamaban a ellas. Prueba del carácter amistoso que ha tenido la decisión de Benedicto XVI de promover unos “Ordinariatos Personales” que acojan a estos conversos anglicanos, es la cordial posterior entrevista del arzobispo de Canterbury, máxima autoridad anglicana, con el Papa en el Vaticano.
La doctrina ecuménica, uno de los grandes frutos del Concilio Vaticano II, enseña que la Iglesia instituida por Cristo sobre el fundamento de Pedro y los apóstoles, debe ser una y que, como repetía Juan XXIII, “lo que nos une es mucho más grande que lo que nos separa”.
Cualquier analista de la historia reconoce que las dificultades para recuperar la unidad perdida después del primer milenio, obedecen a razones históricas y sociológicas tanto o más que a doctrinales. He aquí una afirmación de Juan Pablo II especialmente clara en lo que se refiere a la Iglesia Ortodoxa.
En Tarragona las relaciones con ministros y fieles de esta Iglesia, implantada sobre todo en el Este de Europa, son excelentes. Y con las iglesias derivadas de la Reforma hay también un respeto que cada día debe fructificar en un mayor acercamiento y colaboración. ¿Cómo llegaremos a ello? A través del corazón de Cristo y del mandamiento supremo de la caridad. Un amor que debe comenzar en el interior de la propia Iglesia Católica. ¿Es concebible que trabajemos por el ecumenismo sin esforzarnos antes por comprender y amar las diversas sensibilidades y carismas que coexisten en el seno de nuestras comunidades? Nuestro primer objetivo ha de ser la propia conversión, el amar con obras y de verdad.
El cardenal vietnamita Nguyen van Thuan observaba: “Al entrar en un convento o en un centro diocesano o en nuestras oficinas, (él trabajaba en la Curia cuando escribió esto) no siempre se encuentra ese arte que hace al Cristianismo hermoso y atrayente. Se encuentran, por el contrario, caras tristes y aburridas debido a la rutina de todos los días. ¿No dependerá también de esto nuestra falta de vocaciones y la escasa incidencia de nuestro testimonio?”.
La unidad de la Iglesia es un gran objetivo para todos, alcanzable sólo con la oración y con una actitud de apertura a los demás, por alejados que parezcan, comenzando por los más próximos.
