CAMINEO.INFO.- El 5 de enero de 1964 Pablo VI, en el curso de su histórica visita a Palestina, llegó a Nazaret. En la ciudad donde Jesús pasó los años de su “vida oculta”, el Papa dijo que Nazaret es la escuela del Evangelio, y que en esta escuela se imparte una lección de silencio, una lección de vida familiar y una lección de trabajo.
Con motivo de la fiesta de la Sagrada Familia, que el calendario litúrgico coloca siempre entre Navidad y Fin de Año, pienso que podemos entrar hoy en clase para asistir a la lección de vida familiar.
La casa que acogía el taller de carpintero era el hogar de Jesús, María y José, la Trinidad de la tierra. Un hogar en el que cada uno hacía feliz a los demás con su presencia; el modelo de toda familia cristiana, hecha de sobriedad en los medios y generosidad en el amor, en la que lo natural y lo sobrenatural se entrelazan y confunden, en la que el trabajo y la oración vienen a ser una misma cosa. El Catecismo de la Iglesia Católica dice que la familia cristiana es una comunión de fe, esperanza y caridad hasta el punto de que puede llamarse con propiedad “iglesia doméstica”.
Conocemos modelos cercanos de esta realidad. Muchos podríamos decir que, por gracia de Dios, la vimos en casa desde pequeños y nos pareció tan normal que no le dimos importancia hasta que, cuando abandonamos la infancia, percibimos el carácter tan acogedor y maravilloso de una institución en la que cada uno es apreciado no por lo que tiene sino por ser uno de la familia.
De modo muy distinto a la valoración que hace la sociedad, en la familia los primeros son los últimos y el amor se vuelca en el más necesitado, sea niño o anciano; se manifiesta más hacia el que sufre por ejemplo una discapacidad de nacimiento o sobrevenida, los mayores desvelos son para el hijo pródigo que se aleja del hogar y se espera que vuelva.
Quien tenga además experiencia de familia numerosa, verá retratada su familia leyendo el Salmo 128 de la Sagrada Escritura, cuando dice en uno de sus versículos: “Tu mujer será como fructífera parra, en el interior de tu casa. Tus hijos, como brotes de olivo, en torno a tu mesa”.
En las familias cristianas la mesa del comedor tiene mucho de altar. En ella se ofrecen alimentos preparados con amor y ganados con el sudor del trabajo; en ella se bendicen y reparten; en ella se conversa y participa cada uno de las pequeñas o grandes aventuras que han sucedido a cada uno.
Sé muy bien que no todo son alegrías alrededor de la mesa, que a veces falta diálogo o que se acumulan los problemas; pero, incluso en tales casos, cuando parece que lo único a compartir es la desgracia, nada puede vencer el amor y la solidaridad entre quienes Dios ha querido que vivamos juntos: el amor lo puede todo.
