CAMINEO.INFO.- Cuando descubrimos la bondad en las personas nos llenamos de una interna alegría y deseamos imitar esos ejemplos de buen obrar. Me lo recuerdan tantas realidades que encontramos en nuestro día a día. Por contraste, las actitudes execrables, que por desgracia también se dan, nos indignan y las vemos reprobables.
Nuestro recorrido a través de los fundamentos de la moral cristiana, siguiendo la guía del Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, nos acerca al tema fundamental de la virtud. Necesitamos una fundamentación de la moral más centrada en las virtudes que la haga más atractiva y la aleje de planteamientos anclados en el pecado y en la obligación. Las virtudes no son realidades ñoñas o antiguas sino auténticas perfecciones de la persona que nos ayudan a conseguir nuestro fin: el bien y la felicidad. La misma palabra “virtud” tiene una raíz que deriva de fuerza, energía; por lo tanto, las personas virtuosas son más capaces de autodeterminarse hacia el bien y de lograr la madurez.
El Compendio del Catecismo define la virtud como una disposición habitual y firme para hacer el bien, ayudándonos a llegar al fin de la vida buena y virtuosa que es parecernos a Jesús. Podemos decirlo también con san Pablo, cuando pide que tengamos los mismos sentimientos que Cristo Jesús.
Las virtudes perfeccionan nuestras potencias, es decir el entendimiento y la voluntad; por eso hablamos de virtudes intelectuales y morales. Está claro que las segundas son las que interesan a la vida moral. También se habla de virtudes humanas y teologales. Las primeras regulan nuestros actos, ordenan las pasiones y dirigen la conducta en conformidad con la razón y la fe. Con nuestros actos repetidos las adquirimos y las fortalecemos, y con la gracia de Dios son purificadas y elevadas. Las teologales, en cambio, tienen como origen, motivo y objeto principal a Dios. Infundidas en el hombre con la gracia santificante, capacitan para vivir en relación con la Trinidad y animan el obrar moral del cristiano y vivifican las virtudes humanas. Es fácil adivinar que las virtudes humanas sin las teologales nos dejan a mitad de camino, y que las virtudes teologales necesitan el apoyo y el sustrato de las humanas: así para ser buen cristiano hace falta ser buen profesional, buen padre o buena madre, buen amigo, etc.
El ser humano se hace con sus acciones libres y así llegamos a ser aquello que queremos ser; tenemos una plasticidad que hace falta ir construyendo día a día y en este sentido el papel de las virtudes auténticas es capital. Mi intención es dedicar unos cuántos A los cuatro Vientos a tratar de algunas de las virtudes –hacerlo con todas sería imposible— con la ilusión de ayudar a regenerar el papel de éstas y de situarlas en el núcleo de los planteamientos morales de quienes me leéis o me escucháis. Si todos vamos siendo algo mejores haremos que las realidades que nos rodean y, sobre todo, que quienes conviven con nosotros sean también mejores y, por lo tanto, más felices.