CAMINEO.INFO.- De las futuras madres decimos que están en estado de buena esperanza. Impresiona constatar como cada vez es así y la que está gestando un nuevo hijo entra en un estado de esperanza alegre, aunque no siempre se le eviten algunas molestias.
Como cada año, la solemnidad de la Inmaculada Concepción se celebra iniciado ya el tiempo de Adviento, tiempo de esperanza por la próxima llegada del Hijo de Dios. Contemplar a María, llena de gracia y liberada de todo pecado, puede parecer que la sitúa muy lejos de nosotros, que queremos ser buenos pero notamos el tirón del pecado, pero la localización de esta solemnidad en el tiempo litúrgico del Adviento nos reafirma en el pensamiento de María como auténtica esperanza del cristiano.
Para comprender mejor el sentido del Adviento necesitamos mirar a María, que pertenecía a la porción del pueblo de Israel que esperaba con todo el corazón la venida del Salvador. Quizás lo esperaba de manera gloriosa, por esto le debería ser tan sorprendente el anuncio del arcángel Gabriel que le comunica que Dios quería realizar su venida a través de Ella. El “sí” generoso y lleno de fe de María la convirtió en morada del Señor, verdadero templo de Dios en el mundo y puerta por la que el Salvador entró en la historia.
El Adviento es pues un tiempo de esperanza. ¡Cuanta falta nos hace esta virtud especialmente en nuestros días! Mirar a María —llena de gracia por la fuerza de Dios— nos debe hacer pensar que Dios, mediante la Iglesia, quiere hablar a la humanidad y salvar al hombre. Y lo hace saliendo a nuestro encuentro. Dios, que está fuera del tiempo, ofrece a la humanidad que parece que ya no tiene tiempo para Dios, un nuevo espacio, una nueva oportunidad para ponerse de nuevo en camino, para volver a encontrar el sentido de la esperanza.
Si leemos atentamente las sagradas Escrituras veremos como aquellos primeros cristianos —y María la primera— se distinguían de los paganos por una nueva esperanza. San Pablo lo dice a los de Éfeso: antes de tener fe en Jesús estaban sin esperanza y sin Dios. Hoy sucede lo mismo, puesto que el nihilismo contemporáneo corroe la esperanza del corazón del hombre, haciéndole pensar que dentro de él reina la nada. En realidad si falta Dios, falla la esperanza y todo pierde su sentido.
Puede parecer paradójico y sorprendente, pero nuestra esperanza está precedida por la esperanza que Dios fomenta con respeto a nosotros. Dios nos ama y quiere que volvamos a Él, que abramos nuestro corazón a su amor, que pongamos nuestra mano en la suya y no olvidemos nunca que somos sus hijos.
Dejémonos guiar por Aquella que llevó en su corazón y en su seno al Verbo encarnado. María es la Virgen que espera y la Madre de la esperanza que reavivará en toda la Iglesia el espíritu del Adviento para que todos los hombres y mujeres vuelvan a Belén, donde llegó y dónde de nuevo volverá a visitarnos un Sol que nace de lo alto.