CAMINEO.INFO.- La Iglesia celebra, como culminación del año litúrgico, la fiesta de Cristo Rey. El mismo Jesús se proclama así en el interrogatorio de Pilatos: "¿Eres tú el rey de los judíos?". Responde: "Tu lo dices", pero también dirá: "Mi reino no es de este mundo".
Hay que aceptar que su reinado fue del todo inesperado, desde su nacimiento (no encontraba posada el que es rey de todo el mundo), hasta su muerte, como un malvado clavado en la cruz. Un rey que trabaja en una carpintería, que se cansa, que pide agua porque tiene sed, que paga los impuestos, que se arrodilla para lavar los pies de sus amigos. ¡Pero es rey! Lo que ocurre es que actúa cuando menos se espera, cuando quiere, y no cuando la gente quiere ver sus signos y milagros. No hace milagros en beneficio propio y no exhibe sus dones para impresionar a nadie. Ni siquiera quiere impresionar al diablo.
Benedicto XVI en "Jesús de Nazaret" comenta esta idea cuando reflexiona sobre las tres tentaciones de Cristo que nos recogen los Evangelios. En la primera el demonio le pide que "si eres Hijo de Dios" muestre su poder y convierta las piedras en pan. Se niega a hacerlo. En cambio, en otras ocasiones aprovechará la ocasión para multiplicar los panes hasta alimentar con ellos a miles de personas.
En la segunda, el diablo se atreve incluso a citar la Biblia, concretamente el Salmo 91, que habla de la protección de Dios al hombre fiel y recuerda que el Omnipotente puede enviar ángeles para que le lleven "en palmas y tu pie no tropiece en la piedra". Jesús no está dispuesto a tirarse desde la esquina del templo ni a hacer espectáculos.
En la tercera, el tentador va más lejos aún al ofrecerle "todos los reinos del mundo y la gloria de ellos" (Mt 4, 9) si arrodillado le adora. Esto ya colma la paciencia de Jesús, que utiliza su poder para alejar a Satanás, y es entonces cuando "llegaron ángeles y le servían".
Cuando la Iglesia celebra la fiesta de Cristo Rey hay que tener en cuenta el carácter de su mesianismo, que no es político, ni bélico, que no se impone, sino que se desarrolla de acuerdo con la personalidad de aquel que dice de sí mismo que es "manso y humilde de corazón" (Mt 11,29).
En la historia hemos conocido monarcas absolutos y reyes constitucionales. Cristo se asemejaría más a estos últimos, por su modo de proceder. No impone, sino que propone. Su Constitución son las Bienaventuranzas, que contempladas humanamente están llenas de paradojas: llama afortunados a los pobres, a los perseguidos, a los que lloran… Efectivamente su reino no es de este mundo; sin embargo, quien se hace discípulo de El, reina sobre sí mismo y comienza ya en esta vida a saborear la gloria eterna que nunca acaba.