CAMINEO.INFO.-Hace dos semanas considerábamos la grandeza de la conciencia moral que Dios nos ha dado a todos los hombres para poder discernir el bien del mal. Cuando se conoce la naturaleza de la conciencia —juicio de la recta razón sobre la bondad de las acciones humanas— en seguida nos damos cuenta de la importancia de formarla bien para que sea recta y verdadera; es decir, que esté de acuerdo con lo que es justo y bueno, según la razón y la Ley divina.
Es un gran motivo de perplejidad para todos los hombres la dificultad para entender cómo aquellos que tienen actuaciones verdaderamente injustas y reprobables, e incluso los que han perpetrado verdaderos crímenes —por ejemplo, el holocausto nazi—, puedan afirmar que obran en conciencia. Esta paradoja nos hace pensar en que es absolutamente necesario formar bien la conciencia, de forma que sea una auténtica ayuda para hacer el bien, encontrar a Dios y servir a los hermanos, y no una excusa para hacer lo que nos venga en gana, independientemente del valor moral de la acción.
Por lo tanto, la educación en todos sus aspectos es indispensable para formar la conciencia; y así, afirmar que se actúa de una determinada manera “por la educación recibida” no es un demérito para hacer el bien. Con la educación, la asimilación de la Palabra de Dios nos hará buscar derechamente aquello que es realmente bueno. La enseñanza de la Iglesia, el Magisterio, será la mejor manera de explanar esa Palabra meditada en el corazón.
Además de esos medios, tenemos la ayuda del Espíritu Santo quien, a través de sus dones, nos infunde una sabiduría auténtica que nos ayuda a discernir el bien y a encontrar los caminos para llevarlo a la práctica, especialmente cuando éstos son difíciles. Otra ayuda valiosa son los consejos que recibimos de personas prudentes, tanto si son los padres, familiares, o aquellas personas que nos aman de verdad, como si se trata del acompañamiento espiritual tan conveniente —imprescindible, me atrevería a decir— para descubrir el propio camino vocacional en el mundo y en la Iglesia.
Si a todos esos medios unimos la plegaria —diálogo con Dios de tú a tú— y alguna manera de examen de conciencia, de revisión de vida, para ir valorando cómo marchamos en nuestro camino hacia el bien, podemos estar seguros de que la voz de la conciencia resonará de verdad en nuestro interior y que Dios no dejará nunca de mostrarnos su voluntad.
La persona siempre ha da obedecer el juicio cierto de la propia conciencia, aunque esta alguna vez emita algún juicio erróneo. Pensemos que si la conciencia es la misma razón en cuanto que juzga sobre la acción moral, no nos debe sorprender que alguna vez falle, como falla a veces nuestra inteligencia, que no tiene una capacidad infalible. En esos casos la persona no seria del todo responsable del mal cometido por la ignorancia invencible. Lo que si deberíamos preguntarnos es si quizás hemos fallado a la hora de formar la conciencia y decidirnos a no cesar nunca en esta tarea formativa que debe durar toda la vida
