CAMINEO.INFO.- Como cada año, al llegar el primero de noviembre, la Iglesia nos propone nuestro auténtico destino: disfrutar de Dios por toda la eternidad, ser santos. Hoy, uniéndonos a la Iglesia de uno a otro confín de la tierra, damos gloria a Dios en sus santos. Mañana, en la celebración dedicada a rogar por nuestros difuntos, nos uniremos por la comunión de los santos y por la plegaria con aquellos que ya nos han precedido y esperan el momento de pasar a la presencia del Padre para toda la eternidad. Cerca de unos y de otros, los que todavía caminamos por este mundo nos llenamos de un verdadero deseo de santidad.
La celebración de Todos los Santos de este año acontece dentro de un Año Sacerdotal, que quiere contribuir a promover el compromiso de renovación interior de todos los presbíteros, para que su testimonio evangélico en el mundo de hoy sea más intenso e incisivo. Además, este año nos ha de ayudar a todos, sacerdotes y laicos, a intensificar nuestra oración por las vocaciones sacerdotales, imprescindibles para la vida de la Iglesia. “El sacerdocio es el amor del corazón de Jesús” decía el santo Cura de Ars. Por lo tanto, si los sacerdotes somos más santos, toda la Iglesia saldrá beneficiada: el pueblo cristiano será más santo si lo son sus sacerdotes, sus pastores.
Este Año Sacerdotal también nos ayuda a recordar una cosa muy importante: que todos los fieles participamos por el Bautismo del sacerdocio común, verdadera participación en el sacerdocio de Cristo; esa participación es diversa de la del sacerdocio ministerial, pero es necesario profundizarla de forma que todos, sacerdotes y laicos, tengamos un alma sacerdotal vibrante y sepamos comunicar la alegría de este don a las personas que tratamos.
Pidamos al Espíritu Santo que grabe a fuego en nuestras almas y que nos ayude a entenderlo más profundamente y a llevarlo a cabo: ¡todos estamos llamados a ser santos y santos de verdad! No hay varias categorías de santidad, depende sólo del amor de Dios que pongamos en nuestras actividades ordinarias.
Esta lucha por nuestra santidad no es una tarea individualista sino que se desarrolla en la Iglesia: Dios nos da los medios y el ámbito para nuestra santificación, y ese ámbito es familiar, es la Iglesia. En la Iglesia, verdadera familia cristiana, tenemos un Padre que nos habla en nombre de Dios, el Papa. Y por eso escuchamos y acogemos sus enseñanzas como la mejor ayuda en el camino de cada uno hacia Dios. Hace poco el Santo Padre nos ha dirigido una nueva encíclica —“Caritas in Veritate”, la caridad en la verdad— sobre el desarrollo integral de hombre en la caridad y en la verdad. Pienso que si la santidad es la plenitud de la caridad y si el auténtico desarrollo humano engloba también el aspecto sobrenatural, de santificación, las palabras del Santo Padre tienen mucho que decirnos sobre el camino hacia la propia santificación.
La persona humana está llamada al don de sí misma para construir una comunión interpersonal con Dios y con los demás, actuando como hijo de Dios y miembro de la familia humana. Este don de sí mismo, esta entrega a Dios y a los hermanos será la prenda más auténtica de nuestro deseo de ser santos, con la ayuda de la gracia de Dios.
