CAMINEO.INFO.- Se cuenta del famoso cardenal Newman que, en una ocasión, queriendo resaltar la importancia de la conciencia moral, dijo: “Brindaría por el Papa, pero antes brindaría por la conciencia”. No pensaba el Cardenal que fueran dos instancias contrapuestas —la autoridad y la ley de un lado y la libertad personal y la conciencia, de otro— quería solamente remarcar el valor de la conciencia moral.
Vamos repasando, al hilo del Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, los fundamentos de la moral y, una vez más, nos damos cuenta de las maravillas de nuestra constitución como personas. En nuestra intimidad, allá donde nadie puede entrar sin nuestro permiso, descubrimos la conciencia moral: aquel juicio de la razón que impulsa al hombre a hacer el bien y evitar el mal.
Hay quien piensa que la conciencia es como una especie de órgano o capacidad especial; más bien es la misma inteligencia en cuanto que juzga de las cosas morales, de lo que está bien o está mal. Es un juicio de razón, lo cual es muy importante porque nos da a entender que toda persona humana, si no está privada de entendimiento, tiene conciencia moral. Nunca nadie puede decir, fuera de los dementes, y por más depravado que nos pudiera parecer, que no tiene conciencia moral.
Estas sencillas ideas nos hacen ver enseguida que nos hallamos ante una realidad de gran importancia. Si soy consciente de mis actos y puedo entender si estos son buenos o malos, también seré responsable de ellos ante mí, ante Dios y ante los demás. La conciencia, por lo tanto, nos dice que somos libres... pero también responsables de nuestras acciones.
Además, la dignidad de la persona implica la rectitud de la conciencia moral, es decir que esté de acuerdo con lo que es justo y bueno, según la razón y según la Ley divina. De esto deriva una realidad esencial en la vida de los hombres y de los pueblos: nadie puede ser obligado a actuar en contra de su conciencia, ni tampoco se puede impedir, dentro de los límites del bien común, que se actúe en conformidad con ella, especialmente en el campo religioso.
Y por último, y no por esto menos importante, cuando el hombre prudente y justo escucha la voz de la conciencia e intenta seguirla, puede escuchar en ella la voz de Dios que resuena en sus interior y le habla y le ayuda a conocer su voluntad.
Se entienden, pues, las palabras del cardenal Newman. Agradecemos a Dios este don tan grande que nos muestra que realmente somos a su imagen y semejanza, como dice el Génesis, y procuremos tener siempre una conciencia “afinada”; ella será una guía inmejorable en nuestro camino hacia Dios.