Bajo el liderazgo primero de Daniel Cohn Bendit, un estudiante alemán, y de otros dotados para la agitación, tomaron como referencia a intelectuales como Sartre y Marcuse y como modelos políticos a Fidel, Mao, Trotsky, Ho Chi Minh… y se enfrentaron al poder establecido mediante huelgas y barricadas.
En Francia, centro neurálgico, abundaron eslóganes que se hicieron famosos como «Prohibido prohibir», o «Sed realistas, pedid lo imposible». No eran disturbios sin más, sino propuestas de cambio. Los jóvenes, a los que se unieron muchos obreros, no sabían bien qué querían, pero sí lo que no querían. Entraron en crisis valores que se consideraban caducos. Es positivo quitar las hojas secas de un árbol, pero con ellas también caen flores y frutos. Se puso en cuestión la autoridad de los padres sobre los hijos, de los profesores sobre los alumnos, la relación entre el sexo y el amor.
En la Iglesia coincidió con la crisis del post-concilio, estimuló el relativismo, favoreció las críticas más duras contra la encíclica de Pablo VI Humanae Vitae, promulgada este mismo año, que vinculaba la relación sexual con la apertura a la vida, y agudizó la crisis de algunos sacramentos.
Junto a esto, permitió cosas positivas, como apreciar la importancia de escuchar a los jóvenes, el valor de la sinceridad, la denuncia contra la hipocresía social, y el surgimiento de carismas en la Iglesia con proyección de futuro.
Estoy pensando en la Comunidad de San Egidio, fundada por Andrea Riccardi, nacida en el 68 en el barrio romano de Trastevere, como asociación de fieles. Hoy, sus cerca de 60.000 miembros están dispersos en 70 países. El primer trabajo comunitario es la oración y la lectura de la Sagrada Escritura; luego la comunicación del Evangelio y, especialmente, el servicio a los pobres, donde quiera que haya una pequeña comunidad activa, y el servicio a la paz en el mundo.
También doy gracias por el Camino Neocatecumenal, iniciado por Kiko Argüello junto con Carmen Hernández, llegado a Roma en 1968. La acogida sin reservas de la encíclica profética de Pablo VI por parte de las familias del Camino, ha sido un auténtico testimonio para toda la Iglesia que continúa dando frutos en todos los países.