Termina el Año de la Vida Consagrada dispuesto por el Papa Francisco, que se inició el 30 de noviembre de 2014, primer domingo de Adviento y que finaliza el 2 de febrero del actual 2016, fiesta de la Presentación del Señor.
Durante este tiempo hemos tenido ocasión de reflexionar sobre tantos hombres y mujeres que viven con generosa alegría y vocación de servicio su específico carisma, y forman parte del tesoro más preciado de la Iglesia. Estoy pensando ahora en los muchos encuentros que he tenido con ellos, desde el nuevo Abad de Poblet, a quien el año pasado tuve el gozo de ordenar como sacerdote, hasta la persona consagrada más anónima a los ojos de los hombres, no de Dios, que vive en un convento rezando por la salvación del mundo.
En Catalunya son muy numerosos los religiosos que fundaron congregaciones diversas, son abundantes las huellas de santos por toda nuestra geografía, y son múltiples los ámbitos que dependen de religiosos: monasterios, santuarios, iglesias, escuelas, hospitales, residencias para ancianos, otras para personas discapacitadas, o para adictos a las drogas en proceso de desintoxicación, locales de beneficencia en barrios ciudadanos, por no hablar de los misioneros que hacen una labor impagable en países lejanos.
El Papa les dijo a todos: «tanto si vuestro carisma está más orientado a la contemplación como si lo está a la vida activa, siempre estáis llamados a ser expertos en misericordia.» Con ello enlaza el Año de la Vida Consagrada con el de la Misericordia. Y es que los religiosos no se alejan de las preocupaciones de la humanidad, sino que piden a Dios por ellas y, en la medida de lo posible, ayudan a resolverlas directamente.
Con su forma de vida nos dicen dónde están el tesoro escondido y la perla preciosa de la parábola evangélica. No está en la búsqueda del placer a toda costa, ni siquiera en el esfuerzo puramente humano para ser mejor. Jacques Philippe, de la Comunidad de las Bienaventuranzas, glosando la espiritualidad de santa Teresa de Lisieux, señala que si pusiéramos nuestro objetivo en ser experimentados, irreprochables, no equivocarnos nunca, no decaer jamás… es decir no tener necesidad de perdón, de misericordia, de Dios y de su auxilio, no estaríamos en la lógica del Evangelio.
Las mujeres y los hombres de Vida Consagrada nos dicen que hay que poner la confianza en Dios, un mensaje necesario para no dejarse vencer por las dificultades y complejidades del mundo en que vivimos.