El 4 de octubre de 2014, el Papa Francisco cerraba, en la Plaza de San Pedro, una vigilia de oración por el Sínodo de la Familia que iba a celebrarse justo un año después, del 4 al 25 de octubre de 2015, diciendo a los presentes: «Cae ya la noche sobre nuestra asamblea. Es la hora en la que se regresa a casa de buen grado para encontrarse en la misma mesa, en el espesor de los afectos, del bien realizado y recibido, de los encuentros que enardecen el corazón...».
En una ocasión el Papa había hablado de la casa afirmando que es «un lugar decisivo en la vida donde cada persona aprende a recibir amor y a dar amor.»
Quienes hemos nacido y vivido en un pueblo tenemos especial conciencia de ello, y así, cuando a veces nos hablan de una persona mencionando solo su nombre y apellidos, necesitamos preguntar: ¿De qué casa es? Dicho de otro modo: ¿De qué familia es?
La primera prioridad que el papa Francisco marcó para su pontificado es reflexionar sobre la pastoral familiar. ¿Qué puede y debe hacer la Iglesia con respecto a la familia? Este quiso que fuera el tema del Sínodo que este domingo se inaugura en el Vaticano.
El Papa ha querido que durante todo un año se preparara la asamblea sinodal para que no ofreciera respuestas vagas, sino concretas y comprometidas a los muchos problemas que afectan a la institución familiar y a diversas situaciones de hecho.
En la preparación se ha tenido en cuenta a familias pobres, a los inmigrantes, a las personas afectadas por viudedad, por el decaimiento de la tercera edad, por enfermedades asociadas, o por la discapacidad de algunos miembros; pero también a las familias golpeadas por la violencia de género, por adulterios, por eliminación de hijos que van a nacer, o por hijos que son víctimas indefensas en casos de divorcio...
¿Qué respuestas da la Iglesia a quienes conviven por «miedo a casarse», por rechazar un compromiso definitivo, o a quienes lo rompieron a veces contra la voluntad de uno de los cónyuges y se han vuelto a casar? El Papa ha fijado líneas maestras de la acogida de la Iglesia, que pasan por el respeto a la verdad y también por la insondable misericordia de Dios.
A los padres sinodales corresponden ahora los trabajos y a nosotros el deber gozoso de rezar por ellos.