En una exhortación de mayo de 1975, Pablo VI habló de las “alegrías naturales”. Dijo: «El gozo del cristiano presupone el esfuerzo paciente para reconocer las “alegrías naturales”, sencillas, que el Señor pone en nuestro camino: la alegría del amor honesto y santificado; la alegría tranquilizadora de la naturaleza y el silencio…».
Hoy, empezando el mes de agosto, deseo detenerme en ese gozo que puede proporcionarnos la contemplación dela naturaleza. Porsupuesto la alegría también procede de la vida austera, el trabajo bien hecho, el saber compartir… Se ha dicho que «Dios hizo al campo y el hombre las ciudades». Sería mejor verlo de otro modo: el hombre, creado por Dios, levantó las ciudades. También lo que parece más alejado de los paisajes naturales es naturaleza.
Pero fijémonos en el concepto de naturaleza más habitual: el paisaje, con toda su variedad y esplendor. Todo es un milagro, desde una humilde rosa a la más alta montaña, desde una cascada de agua a una mariposa. Quizá ocurre que hemos perdido la capacidad de admiración y hemos de recuperarla para poder disfrutar de lo que se nos entrega gratuitamente al alcance de nuestros sentidos.
El antiguo Libro del Eclesiástico, nos dice, refiriéndose al Dios creador: «¡Qué amables son todas sus obras!; y eso que no vemos más que una chispa. Todas viven y duran eternamente. Y obedecen en todas sus funciones. Todas difieren unas de otras y no ha hecho ninguna inútil. Una excede a otra en belleza: ¿quién se saciará de contemplar su hermosura?» (42, 22-25).
Quienes hemos nacido en un pueblo, como también muchas personas que nacieron en ciudades, amamos el campo precisamente porque la huella divina parece más visible y el silencio es bálsamo de paz para nuestro espíritu. Todos necesitamos asomarnos a estos espacios de silencio y belleza. Incluso los papas, y estoy pensando en las fotografías de los últimos pontífices, vestidos con ropa de abrigo, en las laderas de algún monte nevado de los Alpes.
En este punto deseo recoger una idea que ya expresó en su día un predecesor mío, el arzobispo Pont i Gol: hemos nacido en una familia y un lugar concreto; y también los parajes nos resultan familiares. Pero no a todos les ocurre lo mismo. Como le sucedió ala Sagrada Familiacuando tuvo que huir a Egipto, muchas personas han dejado atrás su hogar y su tierra como refugiados, sea de la política o del hambre, y buscan en tierra para ellos extraña la paz perdida.
Que seamos solidarios con ellas, que sepamos acogerlas, hacerles amable su estancia para que, aunque comenzó siendo forzada, llegue a ser un día a ser dichosa. La “alegría natural” mayor de todas es la que proporciona el amor al prójimo, el gesto sencillo hacia nuestros hermanos más necesitados.
