La famosa frase de Pascal —“El corazón tiene razones que la razón no entiende”— podría aplicarse a la fiesta de la Santísima Trinidad que celebramos hoy. En vano nos esforzaremos en comprender el misterio de la Trinidad: tres personas y un solo Dios. Nos parece fuera de toda lógica matemática. Pero el corazón nos dice que es así porque creemos a aquel que amamos, y en el Nuevo Testamento se nos revela una realidad que nunca hubiéramos sido capaces de imaginar.
No entendemos la lógica de los números, referida a este misterio, pero sí la lógica del amor. Como señaló Benedicto XVI, “el Dios de la Biblia no es un ser que se encierra en sí mismo y se satisface con su propia autosuficiencia, sino que es vida, que quiere comunicarse; es apertura, relación”.
Por este motivo es el Dios de la alianza, que creó al mundo para derramar su amor sobre todas las criaturas. El Nuevo Testamento será la historia de esta alianza de amor, expresada hasta el límite entregándonos a su Hijo, Jesucristo, que nos revelará que Dios es misericordia, es amor. Es la revelación de su Espíritu, que actúa en nosotros conjuntamente con el Padre y el Hijo hasta el punto que San Pablo puede expresarlo así en su segunda carta a los Corintios: “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios (Padre) y la comunión del Espíritu Santo, estén con nosotros”.
Podemos sentirnos tentados, y pienso que es una tentación buena, de querer llegar lo más lejos posible en el entendimiento de este misterio trinitario. Acudimos entonces a San Agustín y nos encontramos con su conocida metáfora de la imposibilidad de recoger, en un pequeño hoyo en la arena, toda el agua del mar.
¿Y qué nos dice Santo Tomás de Aquino, que escribió tanto y tan profundamente de todo? Las palabras no le bastan, como ocurre entre enamorados, y se rinde al amor. Cuando en la quietud de una iglesia de Nápoles oye la voz de un Cristo esculpido que le habla y le dice: “Bien has escrito de mí. Elige una recompensa”, el santo teólogo contestará que no quiere nada, sólo “os quiero a Vos”. El mismo santo, al que juzgamos cerebral y poco romántico, pedirá a la hora de su muerte que le lean el “Cantar de los Cantares”, el libro bíblico donde el amor a Dios se expresa con mayor cordialidad.
Volviendo al principio, al misterio de amor trinitario que celebramos, y valiéndome de una sentencia de El Principito, de Saint-Exupéry —este año en que precisamente se cumplen los 70 de que fuera escrito—, podríamos decir: “Las cosas esenciales son invisibles a nuestros ojos”.