El pasado 11 de febrero, festividad de la Virgen de Lourdes, se celebró en el santuario mariano alemán de Altötting, la XXI Jornada Mundial del Enfermo, una iniciativa instituida por Juan Pablo II el 13 de mayo de 1992, fiesta de la Virgen de Fátima y aniversario del atentado que convirtió a aquel Papa deportista en enfermo a la fuerza.
En el párrafo introductorio que acabo de escribir, aparece tres veces, junto al enfermo, la mención a la Virgen María, venerada en estos grandes santuarios europeos de Francia, Alemania y Portugal que son Lourdes, Altötting y Fátima. Es una constatación de la estrecha relación que tiene la Madre de Dios con sus hijos enfermos; como la que tienen todas las madres del mundo cuando un hijo suyo no se encuentra bien y requiere de sus desvelos.
Con motivo de esta celebración, Benedicto XVI ha escrito un bello y profundo mensaje, que sin duda preparó, con emoción, pensando en las muchas veces que, desde su infancia, acudió con sus padres a venerar a la Virgen Negra de Altötting, en el corazón de Baviera.
El mensaje recuerda un texto del Concilio Vaticano II dirigido a los enfermos: "No estáis abandonados ni sois inútiles; sois elegidos por Cristo, su imagen viva y transparente". En efecto, Jesucristo se hizo como uno de nosotros y aceptó el sufrimiento, la tortura, la agonía y la misma muerte para que nadie pudiera pensar en adelante que sus padecimientos no tienen sentido. Tienen un sentido corredentor, sentido de eternidad.
Benedicto XVI recuerda la parábola del Buen Samaritano. Las parábolas de Jesús en el Evangelio son de una belleza y una profundidad tales que deberíamos llevarlas con frecuencia a nuestra oración personal, porque siempre son lecciones de vida que pueden ayudarnos mucho. Jesús es el buen samaritano que socorre al hombre caído. Es el Redentor que se compadece del hijo de Adán, a quien el pecado arrojó a la cuneta del camino del Cielo.
Y el buen samaritano somos también nosotros cuando hacemos nuestro el problema de otro. Un cristiano nunca puede pensar "es su problema" cuando contempla a alguien en verdadera necesidad. En el caso de los enfermos, de las personas ancianas o discapacitadas, o afectadas por cualquier revés en su vida, no podemos pasar de largo. Detengámonos a ayudarles como podamos, o al menos tratemos de ver quién puede prestarles auxilio.
A veces, en nuestra sociedad, la enfermedad principal es la soledad, y la compañía humana no puede ser sustituida por el ruido callejero o por la televisión. Por esto animo a tantas personas que desde la pastoral de la salud de las parroquias y de instituciones que tienen por misión velar por los enfermos, a que prosigan su trabajo indispensable de acompañamiento.
Y agradezco a médicos, enfermeras y todo el personal sanitario que añadan, como suelen hacerlo, a sus actuaciones técnicas, el bálsamo del trato personal y la palabra amable con quienes sufren.