La felicidad verdadera

CAMINEO.INFO.- ¿Hay un deseo humano más general y constante que el de la felicidad? Un viejo cuento ruso narra que un Zar se hallaba gravemente enfermo y un consejo de sabios determinó que sólo podría curarse poniéndose la camisa de un hombre completamente feliz. Sus servidores fueron por todos los rincones del reino en busca de uno, pero no lo hallaban: uno, porque era pobre; otro, que era rico, porque tenía poca salud… Hasta que, pasando junto a una choza, oyeron a alguien que exclamaba: “He trabajado y comido bien. Gracias a Dios soy muy feliz”. Enseguida entraron para comprarle la camisa a cualquier precio. Pero el hombre feliz era tan pobre…¡que no tenía camisa!

No es preciso concluir que el dinero no da la felicidad. ¡Pero contribuye!, diría mucha gente. Y es cierto que es necesario un mínimo bienestar económico, pero también muestra la experiencia que la riqueza no es lo más determinante en la felicidad de las personas.

Ante un médico se presentó el caso de una joven de 17 años que se encontraba hundida en una completa apatía; aunque, aparentemente, no había razones para ello. En vez de una receta habitual, el médico se la llevó a ver unas familias necesitadas y ella se sintió impulsada a ayudarlas. Fue el comienzo de su total recuperación. ¡Cuán cierto es que la felicidad está en dar más que en recibir!

Durante años se popularizó una crítica marxista a los cristianos: se les acusaba de alienar a la gente, prometiéndoles un paraíso futuro para alejarles de sus reivindicaciones de justicia actuales. Era una caricatura del modo de ser cristiano, que —por el contrario— piensa que el reino de los cielos comienza ya en este mundo para el que busca en cada momento hacer la voluntad de Dios.

En un sentido teológico podría decirse que sólo perdemos la felicidad cuando nos apartamos de Dios, es decir, cuando pecamos. Pero ni aún entonces tenemos motivos para desesperarnos, porque Dios es un Padre amantísimo deseoso de perdonarnos. San Francisco de Sales hablaba de “nuestras queridas imperfecciones”, en cuanto que son motivo para que se manifieste en nosotros la misericordia de Dios y para que nos mantengamos humildes.

Os invito, por tanto, a ser optimistas. El bien siempre acaba venciendo al mal. Aunque el mal gane muchas batallas, no gana la guerra definitiva. Se trata, para vencer, de abandonarnos confiadamente a la voluntad de Dios. Santa Teresa de Lisieux escribió: “El Señor siempre me ha dado lo que yo quería…O más bien, siempre me ha hecho querer lo que El quería darme”.